jueves, 19 de enero de 2012

Un pequeño cuento para niños grandes


Este cuento surgió de una conversación con un amigo en la que le estaba contando que siempre he querido tener un microscopio y un telescopio. Me propuso escribir algo con grande, pequeño, macro, micro, cerca, lejos. Y el resultado fue éste. Parece un cuento de navidad, pero es pura casualidad. Se empieza a escribir y ni uno mismo conoce cuál va a ser el final.



Era una mañana cercana a la Navidad. Fuera, estaba comenzando a nevar con fuerza y las lágrimas heladas se depositaban suavemente en el suelo.
El profesor seguía allí a lo lejos llenando la oscura pizarra de números incomprensibles,  a tal velocidad que su mano parecía poseída por algún demonio. O al menos eso le parecía a Harper cuando pensó:
-Oh no, otra vez nieva. Odio la nieve. La campana tocará enseguida y sé lo que pasará.
En efecto, no se equivocó. Sus pensamientos aún no habían llegado al aire cuando aquel artefacto misteriosamente escondido sonó y sonó una y otra vez.
Se organizó un revuelo instantáneo de niños corriendo hacia sus abrigos. Todos parecían tener prisa, todos menos Harper.
Intentó retrasar lo inevitable arrastrando pesadamente sus pies hasta la puerta, pero no le sirvió de nada. Cuando puso la mano en aquella horrible manilla que lo separaba del mundo exterior, ellos lo estaban esperando, para hacer lo mismo de siempre: reírse de él.
-Oh Peck, qué frío vas a pasar. Está nevando. Ja,ja,ja. No te gusta la nieve,¿verdad? -dijo el peor de todos ellos, un grandullón llamado Hard.
Desde la puerta a Harper aún le dio tiempo a pensar cómo dos nombres tan parecidos podían significar cosas tan distintas. De algún modo al ponerte un nombre están marcando tu destino, sin duda.
Mientras Harper se iba acercando hacia ellos,  Hard siguió rugiendo acompañado de sus secuaces:
-Déjame recordarte una cosa, enano. Te voy a hacer un gran favor diciéndotelo porque seguro que tu cabeza de mosquito no puede pensar más de un segundo seguido. Ja,ja,ja,ja -nuevo coro de risas de los secuaces.-
Harper aguantaba el chaparrón de insultos lo más quieto posible, como hacía siempre. Solo que esta vez iba unido a que se estaba quedando helado porque la nieve ya casi le había empapado. Hard siguió bramando:
-Dentro de dos días es Navidad. Lástima que seas huérfano y la tengas que pasar en ese horrible lugar donde vives. Me gustaría que cenaras con mi familia para que supieras lo que es una cena de Nochebuena en un hogar. Qué pena que seamos demasiados. No hay sitio ni siquiera para un minúsculo mosquito como tú, a  no ser que quieras morir aplastado por mi puño. Un coro de risas acompañó la voz de Hard.

En el instante en que Harper oyó aquellas palabras su corazón se aceleró tanto que se acercó corriendo a Hard y a punto estuvo de darle un puñetazo en su voluminosa barriga, que era la única parte de aquel odioso cuerpo que quedaba a su altura. En una décima de segundo se dio cuenta de que si su puño caía en la panza de aquel bruto habría firmado su sentencia de muerte. Sentía tanta rabia y le dolían tanto las palabras de Hard que echó a correr, tan de repente y tan rápido que a ninguno de aquellos bestias les dio tiempo a reaccionar.
Aún oyó durante un tiempo aquella horrible voz gritándole:
-El pequeño peck se ha enfadado. Pobrecillo. Eh, pequeña cucaracha, a tu mansión no se va por ese camino. ¿Te vas a escapar? ¿Nos vas a dar el disgusto de no volverte a ver nunca más?-dijo aquel matón mientras los demás seguían riendo.
Llevaba un buen rato corriendo con aquellas risas resonando en su cabeza cuando se dio cuenta de que estaba empapado, cansado y que la nieve caía cada vez con más fuerza. Vio que había llegado hasta el bosque y pensó en refugiarse en él hasta que amainara un poco. Fue  directo hacia un inmenso abeto, se sentó apoyando su espalda en su tronco y escondiendo su cabeza entre las piernas comenzó a llorar.
Seguía llorando cuando oyó una débil voz que le decía:
-Eh, grandullón. Ten más cuidado, me estás mojando y con este frío cogeré una pulmonía por tu culpa.
Se sorprendió tanto de que alguien le llamara grandullón que levantó su cabeza buscando a la persona que le había hablado así.
Pero por más que miraba no veía a nadie. De repente la voz volvió a hablar:
-Estoy aquí, a tus pies. Sentada en tu zapato.
Sorprendido y asustado Harper dió un respingo,  miró hacia sus pies y  vio un diminuto ser  que le seguía hablando:
-Cuando uno es grande tiene que tener mucho cuidado con lo que hace.
Harper pensó que estaba soñando y después de restregarse los ojos con tanta fuerza que los dejó rojos como tomates, se pellizcó. La verdad es que el pellizco le hizo daño pero aún así no estaba convencido de estar despierto. Se estiró del pelo con fuerza:
-Ay, esto duele. Pero es imposible que esté despierto. Debe ser una pesadilla.
-No grandullón, no estás dormido. Estás en el bosque, sentado debajo de un abeto y has llorado tanto que me has puesto empapada. Lo menos que podías hacer es presentarte y contarme el motivo de tus lágrimas, ¿no crees?
-Sí....sí -dudó Harper- ¿Pero tú quien eres? ¿Por qué eres tan pequeña?
-No soy pequeña -se enfadó aquel ser- Soy del mismo tamaño que todos los de mi especie. Soy un duende. Me llamo Lily. Y ahora, ¿vas a contestarme de una vez?
Aún no se había repuesto del susto pero consigió articular algunas palabras:
-Me llamo Harper. Vivo en el pueblo y lloraba porque...-y le contó a Lily lo que le había sucedido. Cuando terminó de hablar le dijo a la duendecilla mirándola fijamente:
-Imagínate, si se ríen de mí porque soy pequeño, si te vieran a ti...-dejó el final de la frase en el aire-

-Por eso nunca me verán. Cuéntame por qué odias la nieve.
-Un día que nevaba mucho mis padres salieron de casa y nunca volvieron. Tuvieron un accidente. Murieron. ¡Si hubiera ido con ellos estaría muerto yo también! Y ahora no estaría solo.
-¿Y no crees que si estás aquí es para algo?
-Sí, ¡para que se rían de mí ! -contestó enfadado- Es lo único que hacen.  Nadie me quiere.
-Qué extraño. ¿Estás seguro de que nadie te quiere?
-Bueno....nadie...hay dos personas que quizá...Quieren que vaya a vivir con ellos y ser mis padres. ¡Pero yo no quiero! ¡No, no y no!
-¿Y por qué no quieres, grandullón?
-Porque yo quiero a mis padres de verdad y ellos nunca más van a estar conmigo.
-Bueno grandullón, no te enfades.¡ Se me acaba de ocurrir una gran idea!
¿Quieres que te cuente un cuento? Lo hago muy bien.
-¿Estás loca? Los cuentos son para niños pequeños. Y yo no lo soy.
-Estás muy equivocado grandullón. Yo no soy una niña pequeña y me encantan los cuentos. Porque los cuentos son para aquellos que tienen corazón de niño, aunque ya no lo sean -dijo muy seria la duendecilla- Además, no pierdes nada. Ahí fuera sigue nevando y quizá tengamos que quedarnos aquí un buen rato. Puede que te haga cambiar de opinión acerca de los cuentos.
-Bueno -dijo Harper un poco enfadado- Pero seguro que no cambio de opinión.
-Te lo contaré. Pero acércame un poco más a ti que me voy a quedar afónica de tanto gritar.
Harper puso a la duendecilla en la palma de su mano, ella se sentó y comenzó su cuento.


Hace mucho, mucho tiempo, allá en el cielo vivía una pequeña estrella. Se sentía perdida rodeada de aquellas estrellas tan grandes y tan luminosas. Y estaba triste, muy triste.
Una noche, la pequeña estrella suspiró tan fuerte que despertó a una gran estrella.
-Por Dios, pequeña Yelrah. Estaba teniendo un bonito sueño. ¿Se puede saber qué te pasa?
-Soy muy infeliz. Me he enamorado.
-¿Y se puede saber de quién?, le preguntó la estrella.
-Del mar. Pero soy tan pequeña que ni siquiera mi luz llega hasta él. Me gustaría ser grande para que me viera y se enamorara de mí.
-Eres una estrella loca. ¡Pero dónde se habrá visto! ¿No sabes que las estrellas no se enamoran del mar?
-¿Por qué no?
-Porque eso es imposible.
-Entonces, si es imposible, ¿por qué yo me he enamorado?
-Ya te he dicho que eres una estrella loca. Además tu luz no llega hasta la tierra, no sólo porque seas demasiado pequeña, estás demasiado cerca de la luna y ella es tan grande que a su lado no eres nada -dijo aquella estrella que estaba celosa de Yelrah porque era mucho más guapa y dulce que ella-.
-¿Y qué puedo hacer? -preguntó la inocente Yelrah-.
-Lo único que puedes hacer es alejarte de la luna y bajar hacia la tierra -dijo cínicamente, convencida de que aquella estrella tonta le haría caso y ella no tendría que verla ni siquiera otra noche más-.
- Lo voy a hacer ahora mismo. Adiós y gracias.
Y se lanzó al vacío con todas sus fuerzas, pensando que ya no le faltaba apenas nada para que el mar se fijara en ella.
La malvada estrella la miró sonriendo porque sabía que nunca más la volvería a ver.



Cuando llevaba un buen rato descendiendo lo más rápido que sus fuerzas le permitían, oyó una voz que le decía:
-¿Dónde vas insensata?
Se paró en seco y vio que quien le había hablado era una gran estrella con una gran barba blanca y miles de arrugas.
-Voy camino de la tierra para que el mar me vea y se enamore de mí -contestó Yelrah-.
-¿Pero cómo se te ha ocurrido tan terrible idea? -exclamó enfadado el anciano estrella-
-Mi estrella vecina me dijo que además de ser pequeña estaba demasiado cerca de la luna y por eso mi luz no llegaba hasta el mar.
-¡Ay, pobre estrella ilusa! Tu vecina debía ser una arpía envidiosa si te ha dicho eso. Pequeña, ¿no sabes que las estrellas no podemos acercarnos demasiado a la tierra? Yo soy la estrella guardiana que marca el límite del cual no podemos descender. Si cruzaras este límite, sería mortal para ti. Al tomar contacto con cualquier superficie te desintegrarías en mil pedazos.
-Pero ¡eso no puede ser! -dijo Yelrah mirando hacia abajo. ¡Desde aquí mi luz todavía no llega al mar!
-Muchacha, te he dicho la verdad. Si no me crees, compruébalo tú misma, pero espero que no estés tan loca como para hacerlo.
La pequeña se puso tan triste al darse cuenta de que el mar nunca vería su luz que comenzó a llorar a raudales. En ese instante, sintió que tenía que partir de allí, lo más lejos posible de aquel mar del que estaba enamorada y que nunca sabría que ella existía.
Se dejó arrastrar sin rumbo fijo, y cuando ya casi no veía a su adorado mar, el amor pudo más que ella y volvió su cabeza por un segundo para poder mirarlo por última vez.
Yelrah seguía llorando y llorando, las estrellas con las que se cruzaba le preguntaban por qué estaba tan triste. Pero ella ni siquiera les contestaba. Sólo quería huir.
Mientras tanto, allá abajo, en la tierra, los pocos seres vivos que quedaban en aquel mar estaban tremendamente asustados. No comprendían qué estaba pasando. Sólo sabían que el mar estaba de muy mal humor, se había vuelto oscuro y su agua cada vez más fría. Pensaban entristecidos que no podrían soportar aquello durante mucho más tiempo.
Como si los hubiera oído, el mar comenzó a rugir con furia. Ellos no sabían de su pena. Que no era otra que haberse enamorado de una pequeña estrella, la cual no le hacía ningún caso, y que había convertido su pobre corazón en una piedra dura y fría.
-Nunca más podré volver a ser el mismo -pensó el mar mientras seguía rugiendo-. Nunca más


Mientras, la pobre Yelrah seguía deambulando por el espacio. Ningún lugar parecía estar lo suficientemente alejado de su amado. Y seguía llorando porque ella no sabía que sus lágrimas sí se veían desde la tierra.
Las habían visto unos magos que iban buscando una señal. Les pareció la señal más bonita que el cielo les podía haber mandado y se dispusieron a seguirla.
Yelrah, ajena a todo esto, seguía caminando sin rumbo. Estaba cansada cuando se encontró con una estrella y le preguntó:
- ¿Sabes cuál es el lugar que está más alejado del mar? Uno donde haya la menor cantidad de agua posible para que su recuerdo sea menos doloroso.
-Ese lugar que buscas es el desierto, pequeña. Ya no te falta mucho para llegar. Sigue recto hasta la próxima estrella y después tuerce a la derecha. Lo verás enseguida. Es inconfundible.
Yelrah siguió las indicaciones de la estrella y de repente lo vio. Supo que aquello era el desierto. Pero le pareció tan triste....
Se acercó a él todo lo que pudo pensando que quizá de cerca no estaría tan mal aquel lugar. Y cuando lo hizo y pensó que seguía siendo triste, una lágrima perdida resbaló de su mejilla. Pero esta vez la lágrima fue demasiado grande y demasiado dolorosa y llegó a la tierra en forma de piedra.
Fue a caer cerca del lugar donde unos pastores dormían con su rebaño. El estruendo fue tal que se despertaron asustados. No comprendían muy bien lo que había pasado pero sabían que la culpa era de aquella estrella que brillaba tanto mientras se movía. Decidieron seguirla hasta que se parase para reñirle. Las estrellas no podían hacer estas cosas sólo porque fueran grandes.
Yelrah seguía triste cuando vio algo allí abajo que le llamó la atención. Fijó bien la vista y se dio cuenta de que era humo. Se paró en seco y decidió acercarse a mirar qué era aquello ya que no tenía nada más interesante que hacer. Estaba sola.
Se acercó sigilosamente, como si alguien la pudiera oír. Y cuando ya no pudo acercarse más se quedó quieta, muy quieta.
Entonces, los magos que la venían siguiendo sin que ella lo supiera, vieron que la estrella se detenía y corrieron con todas sus fuerzas para llegar cuanto antes a aquel lugar. Tenía que haber algo mágico allí para que una estrella tan bella hubiera detenido su camino.
Lo mismo hicieron los pastores, pero no con tan buenas intenciones.
El caso es que pastores y magos se encontraron ante una humilde casa de adobe y techo de paja.
Los magos sorprendidos de que la estrella se hubiera parado en aquel lugar tan feo iban a preguntarle el motivo, y los pastores contentos de que aquella estrella por fin se hubiera parado se prepararon a reñirle.
Aquellas palabras nunca llegaron a salir de sus bocas porque en ese instante oyeron llorar a un niño.
Uno de los magos susurró:
-Nuestra búsqueda ha terminado. Hemos encontrado aquello que siendo muy pequeño se convertirá en algo tan grande que su luz se confundirá con la de las estrellas.
Los pastores también querían conocer a aquel niño y se olvidaron por completo de la estrella.
Magos y pastores estaban a punto de entrar en la casa cuando oyeron otro llanto mucho más lejano. Era el de Yelrah.
Uno de ellos le preguntó:
-¿Qué te pasa, estrella? ¿Por qué lloras?
-Porque me enamoré del mar y cuando supe que él nunca se podría fijar en mí, salí huyendo y llegué a este lugar tan inhóspito. Y ahora estoy sola y sigo sin poder olvidarme de él.
-Pero muchacha, ¿sabes que gracias a que tú huiste hemos encontrado lo que ya dábamos por perdido?
-¿Y qué buscabais?
-A este niño.
-¿A este niño? ¿Y por qué un ser tan pequeño puede ser tan importante para vosotros?
-Porque de este niño tan pequeño saldrá una luz tan grande que iluminará el mundo entero por muchos, muchos años.
Yelrah sorprendida dijo:
-No sé cómo puede ser así pero me gustaría ser como ese niño. Me gustaría que mi luz fuera tan fuerte que el mar me pudiera ver pero para eso....
La pequeña estrella no fue capaz de terminar la frase.

Entonces el mago más anciano le dijo:
-Pequeña, ha llegado la hora de volver al lugar del cual viniste. Cumple tu sueño. Y no estés triste. Quizá nosotros podamos hacer algo por ti.
-Tienes razón anciano, tengo que hacer lo que mi corazón siente. Nunca podría vivir feliz lejos de él. Gracias.
-Gracias a ti, dulce estrella. Y no te preocupes por ser pequeña. Has hecho algo que será recordado hasta el final de los tiempos. Cada vez que alguien hablé de este niño se acordará de ti.
Entonces Yelrah sintió algo nuevo en su corazón. Era alegría. ¿Cómo era posible que huyendo de su dolor hubiera ayudado a este gente a encontrar el camino de su felicidad?. Supo que no iba a encontrar la respuesta. Simplemente se limitó a saborear aquella agradable sensación que por un momento le había hecho sentirse menos desgraciada. Aunque no feliz....pero le faltaba muy poco para serlo.
-Adiós -dijo Yelrah mientras se alejaba.
Los magos con lágrimas en los ojos contestaron:
-Adiós pequeña, nunca te olvidaremos.
Los pastores conmovidos gritaron hacia la estrella:
-Adiós y suerte.
Y Yelrah siguió su camino de vuelta. El camino que la iba a llevar al encuentro con su amor.


Cuando estuvo lo suficientemente cerca del mar, se paró un momento, lo contempló suspirando y se lanzó hacia él.
El mar, que se había quedado dormido cansado de tanto pelear consigo mismo, se despertó cuando notó que una pequeña estrella se acercaba  hacia él a toda velocidad. Sólo le dio tiempo a decir:
-Qué bella es -y comenzó a notar algo extraño dentro de él.
Yelrah oyó lo que su amado había dicho en el mismo instante en que se fundía con  él, y por primera vez en su vida sonrió.


Y aquel mar, con el calor que la pequeña produjo al caer en sus brazos, se convirtió en el más bello del mundo. Sus habitantes volvieron a ser felices y se pusieron sus mejores galas. Y perdonaron al mar porque ahora sabían que nunca más volvería a ser un mar frío porque había olvidado su pasado y ahora era feliz. Y lo sería siempre gracias a aquella estrella que bajó del cielo.

 
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Harper escuchó que Lily le susurraba:
-El calor de tus padres siempre estará dentro de ti, grandullón. Ellos te esperaran. Pero, hasta que eso suceda, ¿no crees que un niño que no tiene padres y unos padres que no tienen niños podrían ser felices juntos?
¿Qué puede haber más grande que esto?
Y en ese mismo instante, se despertó.
Confundido y triste porque todo hubiera sido un sueño, pero afortunado porque de repente sintió que ya no tendría que llorar más. No estaba solo, ni nunca más lo estaría. Sus padres estarían siempre en su corazón, y, aquí en la tierra, había dos personas que lo querían y con las que podía ser feliz. Ya no le importaba ser pequeño ni que aquellos brutos se burlaran de él, porque, ¿podía alguien sentirse tan grande como se sentía él en ese momento? Comprendió que las cosas más pequeñas casi siempre son las que nos hacen ser grandes.
Se disponía a levantarse cuando se dio cuenta de que tenía el puño cerrado. Lo abrió y vio en su mano un pequeño gorro.  Y, por primera vez desde que perdió a sus padres Harper sonrió.



•    Autora: Ana Belén Burillo Licer

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