miércoles, 15 de agosto de 2012

Una noche de febrero


Para Raquel Ortiz Lacomba, por ser como es y porque cuando se lo enseñé me animó a revisarlo y a publicarlo. A veces nos visitan los ángeles.


Eran las tres de la mañana de una noche a finales del invierno, en la que el frío había concedido una tregua, cansado tras tantos meses de convertirlo todo en hielo.
Candela se despidió de aquel amigo con el que había pasado unas horas, intentando ambos que la realidad quedase fuera, como si tuviera prohibida la entrada en los bares donde se habían refugiado.
Esperó un taxi durante un largo cuarto de hora, extrañándose del escaso tráfico que había.
-Me temo que puedo esperar  eternamente -pensó-. Volveré a casa paseando, es una noche preciosa, digna de ser aprovechada. Quién sabe cuándo volverá a haber otra así.
Comenzó a caminar por las calles casi vacías, como tantas otras veces había hecho. Le atraía pasear cuando la ciudad dormía y el estruendoso tráfico concedía una tregua merecida. Podía escuchar a su corazón sin necesidad de gritar para hablar con él. Aunque por una vez hubiera preferido que una legión de ruidos insoportables se hicieran amos de la noche para no tenerlo que escuchar. Pero no fue así.
"Bienvenida Candela. Hace tiempo que no contestas a mis llamadas. Estaba empezando a pensar que te habías olvidado de mí".
-He estado muy ocupada-.
"¿Ocupada?. Eso suena a excusa barata y sin sentido. Mas bien creo que no quieres escuchar lo que tengo que decirte".
-Tienes razón. Resulta imposible engañarte. Me da miedo dejarte hablar, no me suele gustar lo que dices-.
"Lo siento niña, pero esta vez me vas a escuchar quieras o no. No puedes seguir maltratándome tan despiadadamente. Aunque intentes negarlo, sabes que lo nuestro es una simbiosis perfecta y eterna. No puedes vivir sin mí y yo no puedo vivir sin ti y me está haciendo mucho daño tu rechazo. Me siento morir y no lo soporto más".
-Yo sí que me siento morir por tu culpa. Por escucharte, por intentar ponerte por delante de la razón. Eres cruel y despiadado. Por tu culpa primero río y después lloro. Y las lágrimas son más ágiles que la risa, se cuelan por los rincones y no hay manera de sacarlas de su escondite-.
"Mi dulce amor, esa es mi misión. Conseguir que tú me des lo que necesito para que tú puedas recibir lo que necesitas en cada momento. Pero para eso hace falta ser constante y tú hace tiempo que olvidaste que si no me riegan me seco, que si no me abonan no crezco y que si no me miman no florezco. Y cuando eso ocurre ambos sufrimos por igual.
-¿Dulce amor dices? Ja. El amor no es dulce. Se disfraza de suculento caramelo para que se haga irresistible probarlo y cuando el deseo me puede y me deleito por anticipado pensando en ese intenso placer, al llegar a la boca resulta amargo. Lo escupo rápidamente pero ya es tarde. Esa amargura es tan intensa que no importa lo que pruebe después, su esencia ha quedado ahí, anclada a mi recuerdo-.



Tan acalorada era la discusión, que Candela se había olvidado de que sus pies seguían caminando automáticamente. Al doblar una esquina vio delante de ella una larga calle totalmente desierta y pensó: es como si el mundo se hubiera detenido, sólo se oyen mis pasos al caminar. Su eco choca contra las paredes y rebota en la noche. No hay vida frente a mí, sólo existo yo. Que sensación tan agradable. Hace un instante estaba discutiendo con mi corazón y ahora me siento feliz. Por hoy ya está bien de cháchara, seguro que para fastidiarme dice algo que deshaga este momento.
Mas olvidó cerrar la puerta y la trasnochadora soledad intentó colarse haciendo sus pies pesados como el plomo. La descubrió justo a tiempo y tras echarla sin ningún miramiento decidió cambiar el rumbo. La calle se eternizaba y las fuerzas empezaban a fallarle.
Se refugió en un portal para encender un cigarrillo cuando de la nada surgió una voz.
-Hola, ¿me das fuego?.
Candela se sobresaltó. No esperaba encontrar a alguien y mucho menos que ese alguien le hablara. Levantó la vista buscando al propietario de dicha voz y se topó con unos atrayentes ojos verdes ante los cuales sólo fue capaz de preguntar:
-¿De dónde has salido tú?
Aquel hombre sonrió y dijo:
-No lo sé con certeza. Me ha pasado algo verdaderamente extraño. Volvía a casa después de una aburrida noche, sintiendo que me iba a suceder algo especial y al levantar la vista te he visto. No sé por qué, pero tenía que hablarte.
Candela mantenía su cara de sorpresa llegando a pensar si inconscientemente tendría la boca abierta. Por alguna oculta razón no sentía miedo de ese hombre que en aquel momento dijo:
-¿Fumas un cigarro conmigo? Podemos hablar un rato.
Candela sentía estar en un sueño, veía sus manos buscando el mechero pero no las reconocía como suyas. Se oyó decir:
-¿Pasas a menudo por esta calle?
Y oyó que él contestaba:
-La verdad, no había pasado nunca. No es mi camino habitual. Pero esta noche mis pasos me han traído hasta aquí, hasta ti. Perdóname, ni siquiera me he presentado. Me llamo Fran y te aseguro que no soy peligroso. Ni siquiera sé qué hago aquí ni qué es lo que me ha impulsado a hablarte. He sentido que quería hacerlo. ¿Te sientes incómoda?.
-Debería estarlo, pero no lo estoy. Es una situación de lo más delirante. Me llamo Candela. Por favor dime dónde está la cámara oculta.
Fran se rió divertido por la ocurrencia. Candela sentía que le flaqueaban las piernas al verle reir. Esto no me puede estar sucediendo a mí. Tiene que ser un sueño y yo estoy loca -se decía intentando pensar con claridad sin conseguirlo-.
La conversación y las risas surgieron con tal complicidad que les incitaba a olvidarse de que eran dos extraños que se acababan de conocer. El tiempo es como un niño malcriado y caprichoso que todo lo hace a su antojo. En aquellos momentos volaba por encima de sus cabezas tan deprisa que no lo veían pasar. Se sentaron en el peldaño del escaparate que tenían delante, una tienda de persianas, que fue testigo mudo de aquel extraño encuentro.
-¿Por qué estás triste, Candela?. Cuando te abordé ibas cabizbaja, ni siquiera me viste y ahora tus labios sonríen pero tu mirada sigue estando perdida muy lejos de aquí.
Candela levantó los ojos hacia él:
-No quiero mirarte porque me da miedo ahogarme en tus ojos. Son de un verde tan precioso y tienen tanta fuerza que asustan. Tienes el poder de traspasar con la mirada. En cuanto al resto, ya sabes, cosas del desamor. Es una larga historia.
-Tengo tiempo. Ahora mismo lo único que me apetece es estar contigo, mirándote y haciéndote sonreír.
-No merece la pena hablar de ello. Estoy demasiado a gusto contigo  como para estropearlo hablando de cosas sin solución.
Se levantó de un salto, le cogió por el codo y mirando detrás de su espalda le preguntó:
-¿Dónde tienes las alas? No las veo. ¿Las dejaste en casa esta noche?
Fran soltó una carcajada que retumbó en el silencio de la noche.
-No te rías. Los ángeles tenéis alas.
-No soy un ángel.
-Entonces, si no lo eres, ¿me vas a decir de una vez dónde está la cámara oculta?
Fran la sujetó del brazo mirándola a los ojos y dijo casi en un susurro:
-No hay ninguna cámara oculta. Encontré en mi camino a una preciosa mujer, algo se movió en mi corazón cuando la vi y aquí sigo. Eso es todo.
-Es gracioso. Venía discutiendo con mi corazón sobre el amor. Quizá conectó con el tuyo y quisieron hablarse -dijo Candela medio en broma medio en serio-.
-Es complicado el amor, sí. Voy a casarme dentro de un mes. ¿Qué es lo que estoy haciendo aquí contigo?.
-Si supiera qué estoy haciendo yo quizá podría contestarte dijo sonriendo. Dios mío, ¿qué horas es? Está amaneciendo. ¿Cuántas horas llevamos aquí sentados?.
-Casi cuatro-. La cogió de la mano, la ayudó a levantarse y con una sonrisa pícara dijo- ven, te acompaño a casa. Podrías encontrarte a algún loco por el camino. A estas horas sólo queda mala gente en las calles.
Cogidos de la mano y sin parar de hablar llegaron al portal de Candela, demasiado rápido según su opinión. Se miraron a los ojos, se besaron y la pasión se despertó a la vez que el sol que se desperezaba en el horizonte, desatándose unos pisos más arriba.
Unas horas después, cuando despertaron, se miraron y sonrieron sintiéndose cómplices en un juego sin nombre. Esta vez fue Fran quien dijo:
-Antes te mentí, realmente estoy loco. Nunca me había sucedido algo así ni creo que me vuelva a suceder. Una dulce sonrisa se dibujó en sus labios. -He arriesgado mi vida por ti, perfectamente podías ser una especie de psicópata que descuartiza a sus víctimas y las esconde en el frigorífico. O como en aquella película, "Atracción fatal". Quizá eso es lo que nos ha traído hasta aquí. Una atracción fatal.
-¿Los ángeles podéis ser fatales? No tenía ni idea.
-Eres encantadora y también estás un poco loca. ¿Puedo usar tu teléfono? Quiero pasar todo el día contigo, si me dejas.
Desde la cama, Candela lo oyó hablar, dar órdenes, organizar y poner excusas varias que lo iban a tener ocupado todo el día. Se negó a pensar limitándose a vivir el momento.
Cuando las sombras se colaron tras las cortinas sin invitación previa, decidieron que había llegado el momento en que debían despedirse. Aún le arañaron al tiempo un par de horas inventando excusas y palabras, hasta que definitivamente sí, llegaron las últimas. 
Candela sabía que no volverían a verse pero cerró la puerta tras él sintiéndose inexplicablemente feliz. Y esa felicidad le duró mucho tiempo. Sin darse cuenta, muchas veces paseaba por las mismas calles que aquella noche, sonriendo y pensando y acordándose de su ángel particular. 
Sus amistades la miraban con cara de "cada día estás más loca" mientras le hacían un listado exhaustivo de todos los peligros que había corrido. Pero ella sonreía y pensaba "estoy todo lo loca que queráis pero un ángel me visitó durante unas horas y me alejó de las tinieblas".
El tiempo fue pasando inexorable y con ritmos dispares. Unas veces perezoso como una balada y otras salvajemente veloz como los acordes de un rock and roll. Una tarde como otra cualquiera, Candela se acordó de que tenía aplazada una charla con su corazón. Pero esta vez, simplemente llamó a su puerta y le dio las gracias.
Un par de meses después de "su locura" como la llamaba ella, cogió la agenda de teléfonos para buscar un número y al levantarla, un trozo de papel cayó al suelo. Se agachó para cogerlo y vio escrito, con una letra que no era la suya, un número de teléfono al lado de un nombre. Fran. Parecía una broma del destino. O de un ángel.
-Otra vez estaba olvidando regarte, ¿verdad? Tienes unas maneras muy complicadas de recordarme nuestra simbiosis. Pero ha pasado demasiado tiempo. Ya no tendría sentido y no sabría qué decir.
Y guardó aquel trocito de papel, con un número al que nunca llamó pero que sigue conservando por si los ángeles existen.

                                                      A.B.B. 22 de agosto de 2006





No hay comentarios:

Publicar un comentario