sábado, 20 de octubre de 2012

21 gramos

21 gramos vapulean mi mente
abandonándola a su suerte
en la peligrosa cuneta
de un cielo sin señalizar.
Desde mi efímera eternidad
consigo preguntarme 
cómo algo tan ligero
puede noquear los sentidos
con un golpe tan certero
que debilita la conciencia
y la arrastra hasta el límite
de lo lógicamente ilógico,
para después sumergirla
en el estanque dorado de los sueños
del que quizá nunca vuelva a emerger.
Intento abrir los ojos al mundo,
pero un sentimiento carmesí
los acosa con sus llamas
provocando una total ceguera
largamente deseada.
Abrasada de pasión
intento mover mis dedos,
mas un sentimiento azul
los arrastra a las profundidades
de un mar en calma.
Ahogándome en mi propia espuma
intento mover los labios,
cuando un sentimiento cobrizo
atraviesa mis palabras tendidas al sol
y desordena todas sus letras.
Aturdida por el trabalenguas
intento mover mi corazón
y un sentimiento esmeralda
se despunta entre las rocas
con su belleza duramente tallada.
No hay salida
si un definido arco iris 
de intensos colores
te rodea con su brillo
intentando poseerte.
No hay salida
si 21 gramos golpean tu mente
con la atrayente fuerza
de un huracán sentimental
ávido de efectos devastadores.

                                               A.B.B. 20 de octubre de 2012



La música que me ha inspirado



jueves, 11 de octubre de 2012

La flor marchita


El otro día encontré este "algo" en el baúl de los recuerdos y me gustaría conocer vuestra opinión sobre si intento que la historia continúe o la dejo descansar en paz como historia inconclusa.


Elisa estaba sentada tras la ventana de aquel oscuro local, su mirada vagando tras el suave contoneo con el que las minúsculas gotas de lluvia bailaban deslizándose por el cristal, arrastrando con sus movimientos la suciedad acumulada en él.
Sus cabellos eran del color del sol al atardecer. Sus ojos del color de la hierba fresca; sus pequeños y carnosos labios del color de la pasión, cual minúsculo reflejo de aquel vestido rojo sangre, que insinuaba armoniosas y perfectas curvas. Su piel tan blanca como el más puro mármol, con un arrebolado matiz en sus mejillas, como si el pintor que le dio vida se hubiera dado cuenta en el último instante de que su paleta se había quedado sin colores. 
En una esquina de la mesa, una pequeña lámpara con una vela, cuya llama parpadeaba sin cesar, hacía resaltar su palidez y su triste mirada, confiriéndole el aspecto de una figura de cera o de un condenado a muerte a punto de subir al cadalso.
Al fondo del local, en un pequeño y destartalado escenario en el que se adivinaban tiempos mejores, una sensual rubia de voz ondulada como su melena, desgranaba una a una las notas de una canción de Billie Holiday...come rain or como shine..., mientras algunas parejas se susurraban, al compás de sus ojos y de sus manos, promesas de amor que quizá nunca  cumplirían.
Giró levemente la cabeza y fijó su mirada en una farola que acababa de encenderse. Miraba pero no veía, al igual que lloraba sin que una sola lágrima asomase a sus ojos. Ojalá las almas se limpiaran tan fácilmente como los cristales -pensó-. Y su mente galopó sin su permiso al encuentro con el pasado. A otra tarde lluviosa, que sin embargo, en nada se parecía a ésta.
Elisa trabajaba desde hacía un par de años en la pequeña floristería de su padre, aunque desde que su mente era capaz de recordar, aquella era su segunda casa. O puede ser que la primera. De niña jugaba a esconderse tras las dalias y los claveles esperando que alguien la encontrara. Más de una vez se quedó dormida en el frío suelo antes de que la echaran en falta. A veces imaginaba que era una mariposa posándose de flor en flor en un inmenso jardín, y acariciaba con cuidado una a una todas las flores, tan suaves como el algodón. Otras, cogía una rosa, respiraba fuerte su aroma y soñaba que era una princesa prisionera en el castillo de un malvado dragón, hasta que aparecía su príncipe -que había tenido que vivir mil y una aventuras para encontrarla-, le ofrecía la más bella rosa, la subía a lomos de su majestuoso caballo blanco y...vivieron felices y comieron perdices.
Sólo despertaba de esta ensoñación cuando sentía los pinchazos de las espinas de aquella rosa que llevaba en la mano, como si fuera un aviso de la espina que iba a clavarse en su corazón. Mas seguía soñando y clavándose espinas.
Paradójicamente, a medida que iba creciendo, dejó de gustarle que las flores fueran arrancadas de su espacio natural. Le entristecía comprobar lo efímera que es la belleza cuando la apartan de su razón para vivir. Prefería admirar los jardines llenos de radiantes flores, verlas nacer, crecer, deslumbrar con sus colores, luchar contra los elementos externos, marchitarse y finalmente morir. Que la vida siguiera su curso. Que cada cosa ocupase el lugar que le correspondía.
- No entiendo por qué nadie regala jardines -se preguntaba una y otra vez.
A pesar de todo, siempre había pertenecido a esa floristería. Era un trabajo bonito, y gratificante sentir que la gente a través de las flores intentaba expresar sentimientos para los que casi nunca bastaban las palabras. Pasión, perdón, consuelo, agradecimiento. Amor en definitiva. Siempre amor. Así es que, como ella decía, siempre he vivido rodeada de amor.
Por desgracia últimamente corrían malos tiempos para los sentimientos. Decían que el principio de la guerra estaba cerca. A su alrededor la vida continuaba con su ritmo cotidiano y rutinario, pero el aire traía aromas lejanos. Olía a miedo y a preocupación. Llegaban del pasado llantos de muerte y destrucción. Adivinaba en los rostros de la gente curtida, emociones enterradas en el olvido y a las que negaban el encuentro con el presente.
En definitiva, todo lo que se ocultaba entre las líneas de cada página de cada hoy, dejaba poco tiempo para el amor y las flores, desterrándolos a furtivos instantes. Sabores de culpabilidad por encontrarse con la belleza en aquellos momentos tan poco propicios para ello.
Aquella tarde la lluvia caía con la fuerza de las tormentas de verano. Elisa contemplaba las flores mientras su mente caminaba por esos parajes de desolación. Poco más tenía que hacer ya que con ese aguacero la poca gente que se decidía a salir de sus casas lo hacía a la carrera y su única preocupación era no calarse hasta los huesos.
Se detuvo tras la puerta observando el caer de las gotas. Le hechizaba la lluvia. Sentía su poder que purificaba todo lo que tocaba y limpiaba hasta los rincones más escondidos.
De niña pasaba horas embobada con las manos y la nariz pegadas en el frío cristal, como si el simple contacto pudiera acercarla más a la lluvia. Sintió deseos de hacer lo mismo y meneó la cabeza sonriendo al darse cuenta de que ahora era ella quien limpiaba los cristales. Cómo cambian las cosas -pensó-. Ni siquiera podía imaginarse cuánto iban a cambiar.













lunes, 1 de octubre de 2012

Las horas calladas

Las horas calladas en que no estás conmigo
arrastran grilletes y sábanas blancas
aullando lamentos de tiempos perdidos.
Ocultas en las sombras juegan a asustarme 
acercando a mi nuca su hálito frío
y tirando de mi alma con sus dedos no vivos.
Se vanaglorian de ser crueles y eternas
con la arrogancia de creerse vencedoras
de un corazón que perdió el sentido.
Mas no saben que voy bien armada
con el amor rebosante de artillería
y tapones en los oídos.
La batalla es larga y sangrienta
y aunque débil sobrevivo
a una espera ya herida de muerte.
Las horas calladas en que no estás conmigo
encierran las palabras en un calabozo de delirios,
me acerco sin miedo y abro la puerta
suspirando sonrisas y sonriendo suspiros.

                                               A.B.B. 1 de octubre de 2012



El tema que ha abierto esta puerta

https://www.youtube.com/watch?v=ugQl1ad9G8U&feature=player_embedded


Y el regalo de Luis Vil
http://www.goear.com/listen/ee21d43/la-horas-calladas-luis-vil