jueves, 2 de agosto de 2012

La montaña de los deseos


Esta increíble historia ocurrió hace muchos años. Tantos que se me hace difícil recordar con exactitud si era verano o invierno, si brillaba el sol o lloraban las nubes, quizá incluso mi cansada mente confunda algunos nombres o lugares. Pero, ciertamente, no creo que nada de eso tenga demasiada importancia. Mi corazón sigue latiendo con la misma intensidad que entonces. Bastante más viejo y débil, es verdad, pero con la suficiente fuerza para recordar un deseo que cambió mi vida.

Todo comenzó una tarde en que estaba en casa tremendamente aburrido. Mi madre me había castigado porque mi maestro había tenido con ella una charla bastante larga en la que le dijo lo que siempre dicen los maestros, de un niño tan inquieto y soñador como yo. Que ya no sabía qué hacer conmigo y que de continuar así nunca sería nadie de provecho en la vida.
Mi madre, como todas las madres, mientras escuchaba pasó por todos los estados de ánimo posibles ante tan humillante situación. Se ruborizó, se enfadó, lloró y después de darle la razón a aquella maravillosa persona que tanto se preocupaba por mí, se juró a sí misma hacer todo lo posible para que yo siguiera el buen camino y me labrara un futuro digno.
O sea que allí estaba yo, sentado enfrente de la chimenea intentando concentrarme en aquellas letras y números que parecía me iban a comer de un momento a otro, pero mi mente se resistía. Se perdía observando las llamas crepitar y se empeñaba en soñar.
Un gran deseo latía en mi corazón desde hacía tiempo. Era el causante de que por las noches no pudiera dormir y de día soñara. Ese gran deseo no era otro que conocer el país más bonito del mundo. Quería saber cómo era y dónde estaba, pero por más libros que leía y más fotos que miraba esperando sentir que aquel era el lugar más bello, no lo lograba.
A punto de quedarme dormido acunado por el aburrimiento, la suerte me sonrió. Un puño golpeó la puerta y antes de que a mi madre le diera tiempo a decirme que no me moviera, ya estaba abriendo esperando encontrar a alguien que me sacara del terrible sopor. Me espabile rápidamente cuando vi a mi padre. Prefiero no contar lo que sucedió después cuando mi madre le narró la visita del maestro. Mi madre volvió a pasar por todos los estados de ánimo posibles mientras a mi padre se le iban enrojeciendo las mejillas al tiempo que se tocaba la barba como si en ella estuviera la respuesta a todos sus problemas.
Con signos de creciente enfado me dijo:
-Saúl, vete ahora mismo a tu habitación y por una vez en tu vida intenta pensar en tu comportamiento. Mañana hablaremos.
Aquello me sonó francamente mal pero por el momento me libraba de algo mucho peor.
Me tumbé en mi cama e intenté pensar como mi padre quería. Mas mis únicos pensamientos fueron que no era culpable de sentir aquel deseo que me acompañaba a todas partes y que estaba dispuesto a perseguir hasta alcanzarlo. Mirando la luna y pensando que quizá el más bello país fuera tan inalcanzable como ella, me venció el sueño.


A la mañana siguiente y sin haber recibido aún el esperado discurso por parte de mi padre, me encaminaba hacia la escuela desanimado y distraído, dándole puntapiés a todo lo que se ponía a mi alcance, cuando una conversación me hizo reaccionar. Me di cuenta de que lo que me había hecho parar. Había oído la palabra deseo. Suficiente para que mi mente despertara. Me quedé quieto intentando saber quién la había pronunciado. No me costó mucho esfuerzo. A mi lado, sentados en un banco, dos ancianos que parecían viejísimos estaban charlando animadamente. Sus ojos brillaban. Les pregunté de que hablaban para estar tan emocionados. Uno de ellos suspirando me contestó:
-De la montaña de los deseos.
En mi cara se dibujó tal sorpresa que ellos, divertidos, me invitaron a sentarme. Como si tuviera alas volé hacia el banco mientras casi les gritaba:
-¿Qué montaña es esa? ¿Está por aquí cerca? ¿Cómo se llega hasta ella? ¿Existe de verdad o se están burlando de mí?
Antes de que me diera tiempo a seguir con mi aluvión de preguntas, el más alto de los dos levantó la mano para hacerme callar.
-Calma muchacho, no se pueden responder tantas preguntas a la vez. Tienes un corazón demasiado inquieto.
-Lo siento- pero tengo un deseo desde hace mucho tiempo y no sé como hacerlo realidad. No puedo concentrarme, no paro de soñar y me está dando bastantes disgustos. Ayer mismo...Bueno, eso no tiene importancia ahora. ¡Si esa montaña me pudiera ayudar a cumplir mi deseo...!
-Muy fuerte ha de ser tu deseo para estar dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguirlo. Muchacho, ¿qué es eso tan importante para ti?
-Quiero conocer el país más bonito del mundo. Quiero saber cómo es, dónde está y como es la vida allí.
Los dos ancianos se miraron, sonrieron y suspiraron.
-De acuerdo chiquillo, te vamos a contar la historia de la montaña de los deseos. A nosotros nos la contó nuestro padre y a él el suyo. La historia se pierde casi en los principios del mundo. Y quizá tan sólo sea una leyenda.
-Eres un chico obstinado y hablador. Tienes que aprender a dominar tu impaciencia. Escucha en silencio mientras te cuento la historia, cuando haya terminado ya tendrás tiempo de hablar y de pensar todo lo que quieras.
-Eso está hecho. No saldrá ni una sola palabra de mi boca hasta que acabe.
Veamos si eres capaz de cumplirlo.
-Cuentan que existe una montaña mágica a la que casi nadie ha conseguido llegar y en cuya cima vive un mago que concede deseos...
Iba a abrir la boca compulsivamente pero me di cuenta a tiempo de que había prometido mantenerme callado.
-...pero el camino no es fácil. Para llegar hasta su cima hay que cruzar La tierra de la duda,
El bosque del olvido y el Río de la desesperación. Hay un problema añadido: no sabemos dónde está con exactitud, por eso apenas nadie ha logrado encontrarla. Es lo malo que tienen estas historias tan antiguas, con el paso de los años se van olvidando los nombres y los lugares hasta que llega un momento en que uno ya no sabe sin son reales o imaginarios.
Sólo sabemos que si lo deseas sinceramente y tu corazón es lo bastante fuerte, quizá y sólo quizá, consigas encontrarla y buscar al mago de los deseos. Ahora que has oído la historia, ¿qué opinas muchacho?.
-No me importa si tengo que caminar por mil tierras ni los peligros a los que me tenga que enfrentar. No tengo miedo.
-¿Estás seguro? Recuerda lo que te he dicho. Tienes que desearlo con todo tu corazón.
-¿Qué deseo puede ser más fuerte que aquel que convierte mi vida en un continuo sueño?.
-Sólo tú tienes la respuesta a esa pregunta. Nosotros nada más contamos historias. Somos demasiado viejos para pensar en otra cosa que no sea sentarnos en este banco, dejar que el sol nos caliente y recordar...
Me puse en pie de un salto y les dije:
-Me tengo que ir, no puedo perder ni un minuto. ¡Tengo que llegar hasta esa montaña!
-Si es lo que deseas, hazlo. Pero antes de irte acepta un consejo. Tienes que aprender a tener calma, la prisa no es buena consejera. Atropella los pensamientos y no deja hablar al corazón.
No entendí demasiado bien las palabras de aquel viejo, pero no tenía tiempo que perder. Les dí las gracias apresuradamente y les prometí que cuando hubiera encontrado la montaña y cumplido mi deseo, volvería para contárselo. Me alejaba corriendo cuando uno de ellos me gritó:
-No te preocupes. Si consigues encontrar la montaña lo sabremos.
Seguí corriendo hasta mi casa rezando para que mi madre no estuviera allí. Esta vez la suerte me acompañó. Escribí una nota diciendo que volvería pronto, metí algo de comida en una bolsa y, como era un muchacho demasiado inquieto y soñador, no pensé más. Cerré la puerta y salí en busca del mago que cambiaría mi vida.