domingo, 19 de agosto de 2012

El mercader de sueños




Madhi estaba en un rincón del zoco, sentado tras una mesa en la que no había nada. Voceaba sin cesar su inexistente mercancía como quien repite una letanía.
"Sonrisas a precio de risa, miradas para enamorar ciegamente, aromas de olvido para corazones sin olfato, palabras vacías colmadas de recuerdos, cantos de sirena para marineros sordos, rosas de los vientos labradas a fuego para no perder nunca el rumbo, esencia de lágrimas dulces o amargas en frascos de todos los tamaños, pócimas de suspiros rotos para almas atormentadas, susurros cautivadores para corazones despistados, poemas ardientes para fríos inviernos..."

Llamó mi atención hasta el extremo de dejar para más tarde lo que había venido a hacer. Me paré delante de él, algo mareada por el intenso olor a especias que llenaba el aire. No podía dejar de mirar sus ojos azabachados de intensa profundidad ni sus labios moviéndose al ritmo de su ondulante voz. Me observaba como si hablase solamente para mí. El ritmo del zoco desaparecía a medida que aumentaba mi pulso. El tiempo se detuvo. No existía nada a mi alrededor a excepción de aquella turbulenta espiral de sentimientos que pugnaba por tragarme.

Aun a costa de parecer descarada le pregunté por qué vendía cosas inexistentes que nadie podía comprar. Me miró más allá de lo considerado decoroso, como si quisiera desnudar mi alma y sumergirla en un estanque de certezas.
-Es todo lo que me dejó mi mujer. Cuando murió me hizo prometerle que antes de reunirme con ella me desharía de cualquier sentimiento que tuviera guardado. Empezaremos de cero, dijo. Tuve que rebuscar mucho para encontrarlos a todos. Algunos eran tan felices añorándola que se negaban a que me los llevara. Con mucha paciencia y promesas de un corazón más espacioso donde alojarse, conseguí sacarlos uno a uno de sus escondrijos. De esto hace ya tres años. Nadie se detiene a escucharme y la espera se hace insoportable. Tengo prisa por abrazarla de nuevo y empezar una nueva vida a su lado. ¿Querrías ayudarme? 
- Lo siento, yo también tengo prisa por hacer lo que he venido a hacer aquí. 
- ¿Estás segura de que no te arrepentirás? Es una decisión arriesgada.
Lo miré inquieta arrojando mis palabras como si quemaran.
- ¿Cómo sabe...?
- Te he visto curiosear el puesto de Jamâl. Vende unos venenos de lo más efectivo, pero te has puesto pálida cuando ha empezado el regateo. No estás convencida de quererlo hacer y la muerte no se deja engañar. Podemos hacer un trueque. Tú te quedas con mis recuerdos y yo acompaño a Azrail que ha de llevarme veloz a los brazos de mi mujer.
- Es una proposición descabellada. Además, no puedo quedarme con unos recuerdos que no son míos. ¿Qué iba a hacer con ellos?
- Eres joven y bella. Tienes mucho tiempo para hechizar a alguien con tus palabras y convencerlo de que vale más tener recuerdos ajenos que vagar por las profundidades de la no existencia. Cuando encuentres con quien compartirlos comprenderás que no se debe pagar a la muerte por adelantado porque se intenta lucrar con precios abusivos que tiene que abaratar cuando el comprador se niega a desembolsar. La mía es una buena oferta que no debes rechazar porque a mí me falta el tiempo que a ti te sobra y por el contrario me sobran las palabras que te son tan necesarias. Mis días como mercader de sueños han terminado. Ha llegado la hora de traspasar el negocio y empezar una nueva vida.

La vida y la muerte son caprichosas. Llegué a ese zoco decidida a vender mi alma a cualquier precio, cuando la primera me salió al encuentro disfrazada de mercader y me convertí en vendedora de sueños ajenos que nadie puede comprar. Como Madhi sigo esperando a que llegue mi hora. Alguna vez he sentido deseos de acercarme al puesto de Jamâl, pero nunca más he vuelto a cruzar la distancia que nos separa.

                                                    A.B.B. 19 de agosto de 2012