domingo, 31 de marzo de 2013

Cuando el corazón entra por la ventana el amor sale por la puerta

Cuando el corazón entra por la ventana el amor sale por la puerta

Una historia inacabada que empecé hace ya unos cuantos años y que surgió como un juego entre varios amigos. Escrita en un lenguaje muy de la calle, los personajes son reales aunque las situaciones no lo son. Cada cual escribía su relato y en un momento dado, introducíamos a los demás en nuestro propio relato.
Mi vida se volvió un tanto oscura y no la continué, pero el otro día decidí subirla al blog letra por letra, porque aunque los chistecitos estén hoy por hoy bastante desfasados, todos tenemos derecho a una sonrisa de vez en cuando. Y lo inacabado también tiene derecho a ver la luz.
La idea de escribir los pensamientos me vino recordando la película Cosas que hacen que la vida valga la pena, de Manuel Gómez Pereira. Si no la habéis visto os la recomiendo.






Marisa desde hacía algún tiempo -no quería ni pensar cuánto- no necesitaba poner el despertador. Se encargaban de despertarla los ruidos de la odiosa obra que se estaba acometiendo en su edificio. Cuando abría los ojos y veía aquel andamio con su red de seguridad y todos los artilugios correspondientes, deseaba volverlos a cerrar. Su único consuelo era que los obreros debían ser todos católicos y gracias al cielo tenían como norma descansar los domingos. Pasaba la semana ansiando que llegara el día del Señor. La especie de delirium por reformas que la consumía, le había llevado incluso a tachar los días en el calendario que tenía en la cocina.
Mañana tras mañana saltaba de la cama para refugiarse en la ducha. Al menos allí el caer del agua mitigaba el sonido de frases como "Manolo, ¿cómo quedó ayer el Betis?". A lo cual el tal Manolo, que se encontraba tres plantas más abajo tenía los suficientes pulmones para responder "¡zeráz cabronazo! Me voy a cagá en tó tuz muerto como ziga con er cachondeíto, compare.
Aquel lunes, como todos, salió de la ducha, se enfundó en su albornoz y de dirigió como si la vida le fuera en ello en busca del bolígrafo que tacharía otro de esos odiosos días. "Cualquier día me da un arrebato, me hago un sándwich con el calendario y me lo desayuno" -pensó-.
El grito que dio al poner el primer pie en la cocina y ver a un hombre bebiendo un vaso de agua tan ricamente, ya lo hubiera querido el señor Hitchcock para cualquiera de sus actrices.
Y ya no tan sólo por el susto de encontrar a un desconocido en su cocina a esas horas de la mañana, ya que eso le había ocurrido más de una vez después de una noche de demasiadas copas, sino porque al verlo pensó "Dios mío, es el hombre más feo que he visto en mi vida. Si Picasso lo hubiera conocido se habría dedicado a la apicultura".
Ni qué decir tiene que mientras su grito superaba en decibelios a los golpes de los martillos, al pobre hombre del susto le empezó a temblar hasta el carnet de identidad y se le cayó el vaso al suelo con el considerable estropicio, a la par que pensaba "Ojú, ez la hembra máz guapa que miz abultaoz ojoz podrán ver nunca jamá".
Mientras Marisa le hacía la típica pregunta de ¿qué hace usted aquí?, aún le quedaron fuerzas para pensar "¿qué pecado cometieron sus padres para concederles un hijo tan imposible de mirar?".
- No ze azuzte zeñora. Encantadízimo de conocela. Zoy Manolo. Eztaba en el andamio y me recorrió tó mi cuerpo un dezeo incontenible de bebé. Vi zu ventana abierta, dí una vó, penzé que no eztaba uzté...y entré. Uzté dizculpe. No quería moleztá. Déjeme algo pá recogé tó ezto y ze lo dejo como lo chorro der oro en un 
pi-pá.
"O sea que éste es el tal Manolo, no el del bombo sino el del Bétis" -pensó Marisa, que ya no sabía si reírse o llorar-.
- No se preocupe hombre. Si es una situación de lo más normal. Cualquier día Almodovar hace una película con mi vida.
Puede entrar cuando quiera, aunque no estaría de más que diera siempre una vó de esas antes de pasar. Me llamo Marisa, para que me vocee a gusto cuando necesite algo.
- Conocela ha zío un placé pá tó miz zentío. Y ahora me voy, que ya la he moleztaó baztante.
Dicho lo cual salió por la ventana como si tal cosa.
Marisa dejó lo que quedaba del vaso en el mismo lugar donde estaba, se vistió a toda prisa sin darle demasiada importancia a lo que cogía del armario -el breve pero intenso encuentro la había dejado un tanto impresionada- y bajó en el ascensor pensando "algo bueno tenía que salir de esta interminable obra. Al menos si me olvido las llaves de casa podré entrar escalando por el andamio". La sola idea la hizo reír.
Cuando salió a la calle, instintivamente su mirada se desplazó hacia el andamio en cuestión. Allí estaba el tal Manolo, con unos cuantos manitas más de la construcción, haciendo Dios sabe qué. Levantó la mano y le dijo: "otra vé encantado zeñorita. Que tenga uzté un buen día", mientras tan dentro de sí como su reducido cuerpo le permitía, pensaba "a ézta no la dejo ezcapá aunque tenga que bebeme pa ello toíta er agua de ezta ciudá".
Si cuento esto en la oficina se van a estar riendo de mí hasta el día del Juicio Final por la noche -pensaba Marisa, perdiéndose entre la gente sin saber que era vigilada desde las alturas.
A la mañana siguiente, Marisa estaba peleándose con las naranjas para hacerse un zumo, cuando escuchó a Manolo preguntar: "zeñorita Mariza, eztá uzté ahí?
Asomó la cabeza por la puerta de la cocina y le dijo:
- Pasa Manolo, pasa. Como si estuvieras en tu casa. Presiento que vienes a por agua. ¿Te apetece un zumo?
- "A lo que vengo no te lo voy a decí de momento, mushasha" pensó mientras decía: Musha gracia zeñorita Mariza. Deje, deje, yo loz preparo.
- ¿Quieres dejar de llamarme "señorita Marisa"? -le dijo mientras Manolo le acercaba el vaso de zumo-. Me da la impresión de que en cualquier momento voy a tener que decir aquello de "a Dios pongo por testigo de que nunca volveré a pasar hambre" recitó emulando a la terrible Scarlett O'Hara.
- Que me entere yo de que uzté paza hambre, zeñorita. Zi hace falta le traigo tó lo día un taperguar pa que alimente bien eza zonriza que tiene, que ilumina má que toa la inztalazión der edificio.
Una carcajada escapó de los labios de Marisa que era incapaz de articular palabra. Cada vez que lo intentaba, reía con más fuerza. Terminó contagiando a Manolo y allí estaban los dos ríe que te reirás como dos niños después de escuchar un chiste de Jaimito.
Por fin, consiguió hablar:
- Eres tan gracioso que escuchándote se me va el tiempo. ¡El tiempo! -exclamó mirando el reloj-. Tengo que irme. Voy a llegar tarde al trabajo. Pero dejaré la ventana abierta por si necesitas algo.
- Zeñorita, algo tengo que tené. Por alguna broma der deztino, hay que mirarme mil vece pa darze cuenta de que tengo lo mizmo que tó lo demá en mi fúnebre careto, y bazta una zola mirada pa darze cuenta de por qué mi mare me ponía un trapo en la cara cuando me daba er pesho.
Una nueva carcajada inundó el aire de la cocina.
- No sigas, por favor, que se me va a correr el rimmel y no tengo tiempo para volverme a pintar. ¡Y deja de llamarme señorita!, que eso es de otro siglo. Soy igual que tú.
- Igual que yo zería impozible. A ti no te hace falta gaztá dinero en pontingue y yo aunque me lo gaztara no tengo arreglo pozible -dijo poniendo un pie en el andamio y dejando a Marisa con la boca abierta y la risa helada.
Esa misma tarde se fue temprano de la oficina para visitar a su dentista. Cuando salió de la consulta, tenía el convencimiento de que el doctor había estado jugando a la guerra de barcos en su boca.
- No la ha debido hundir bien -pensó- porque noto caer el agua por el único centímetro de labio que todavía parece estar vivo. Me voy a casa a guardar el luto.
Al llegar a casa, encendió el equipo de música, puso la Marcha Fúnebre de Chopin, que consideró lo más apropiado dada su lamentable situación y se mimetizó con su sillón divagando sobre el efecto del calentamiento global en las neuronas de su cerebro. Decidió que el mayor culpable del desgaste de dichas neuronas era su adorado jefe, lo cual hizo que su mente se relajara más que el bañador de Aramis Fuster. Consideraba la posibilidad de cerrar los ojos y concentrarse en llorar la muerte de su amada muela del juicio, cuando sin motivo aparente, la luz del sol dejó desapareció. Sin motivo aparente hasta que dirigió su mirada hacia la ventana y, cual visión celestial, sus ojos se encontraron con un pectoral varonil que calculó a groso modo, debía tener más anchura que su ropero.
- La anestesia me hace ver visiones. Seguro que estaba caducada y tengo un pie en el otro mundo -pensó presa de un arrebato hipocondríaco-. ¡Pero vaya cómo está el otro mundo!. Ni punto de comparación con éste. A ver Marisa, céntrate, no te dejes llevar. Te has dormido sin darte cuenta, estás soñando y los sueños recrean tu obsesión por el andamio.
- Buenas tardes -dijo la visión.
"¿Le contesto?, ¿no le contesto?" -pensó mientras se frotaba los ojos y se pellizcaba en el brazo con fuerza-. ¡Qué daño!. Estoy despierta. El mismísimo descendiente del Discóbolo en carne y hueso -sobre todo carne- está en mi ventana y yo velando mi muela.
- Perdona si te molesto -dijo el cachimán, que para mayor regocijo tenía una voz de las que la derriten a una saltándose a la torera la cadena del frío.
Marisa se levantó de un brinco.
- Nonono molestas -contestó arrastrando las palabras como si llevaran grilletes y babeando cual perro de presa a punto de atacar-. Perdona, acabo de volver del dentista. Normalmente babeo un poco menos...Quiero decir que normalmente tengo la boca en su sitio. "Marisa, calla" se dijo mirando a aquel prodigio de la madre naturaleza que sonreía de una manera que hizo que le temblara hasta el alma.
- Además de guapa eres graciosa. Tienes suerte.
No era de la misma opinión Marisa, que se sentía más ridícula que Mafalda en una tienda de cosméticos.
- Gra-gracias. ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó mientras pensaba "por ti haría lo que fuera, aunque tuviera que inventarlo yo misma. Por mí no es necesario pensar lo que podrías hacer".
- Manolo me dijo que tu ventana siempre estaba abierta. Venía a por agua.
- Faltaría más. Estás en tu casa. ¿Te apetece otra cosa?. ¿Un refresco?, ¿un zumo?. Se dirigió a la cocina pensando "debería darle las gracias a Manolo. Vaya con el turno de tarde. ¿Dónde tendría escondido a semejante hombre? Porque no cabe en cualquier parte. ¡He caído! Manolo ha de ser el emisario real porque éste es mi príncipe.
- Agua, por favor. Es lo mejor para quitar la sed. Además hoy olvidé traer mi batido proteínico y necesito hidratarme.
"Vaya con los beneficios del agua. Y yo que no creía en ellos. Este cuerpo no podía ser fruto de subirse al andamio. Y si no, sólo hay que mirar a Manolo" -pensó acercándole el vaso con sumo cuidado de no rozar sus dedos por miedo a sufrir un colapso allí mismo.
Cuando el por ella bautizado príncipe levantó dicho vaso y aparecieron todos aquellos bíceps, rebíceps y tribíceps, no le quedó duda de que su boca no continuaba abierta por el efecto de la anestesia. "Si le doy una Coca-cola es igualito que el del anuncio".
- Y...¿llevas mucho tiempo en el andamio?. Digo, en la obra.
- Un par de días. Un compañero se rompió la muñeca y he venido a sustituirlo.
"Pues de aquí no te mueves aunque tenga que urdir más planes que Garfield para no mover ni una ceja" pensó mientras decía -Pobre hombre, espero que se recupere pronto-.
- Gracias por el agua. Me tengo que ir. Me llamo Diego. Te daría la mano pero no quiero mancharte.
- Mejor no me la des -se le escapó a ella. Pero por suerte él no pareció escucharla porque ya estaba subido en el andamio.
- Yo Marisa -balbuceó.
Diego se inclinó por debajo de la persiana y dijo:
- Lo sé. Ha sido un placer conocerte. Gracias de nuevo.
- De nada. Mi ventana siempre estará abierta para lo que necesites -consiguió articular Marisa.
Él sonrió y desapareció por donde había venido dejándola con la misma cara de un niño que acaba de ver a Papá Noel.



Cuando a la mañana siguiente Manolo fue a por su ración matutina de agua, encontró a Marisa sentada en la cocina, con una sonrisa tan grande que parecía había discutido con el resto de inquilinos de la cara y los quería echar de ella a fuerza de empujarlos.
- Buenos días Manolo. A ti te quería yo ver.
"Achó, la pibita za daó cuenta de túz encanto. Noz ha zalío avizpá la mushasha. Ha zío demaziado fácil para zé verdá" pensó Manolo mientras decía:
- Bueno día Mariza. ¿Necezita argo de mí?
- Hombre, necesitar necesitar, no. Pero un par de preguntitas te quería hacer.
- No zean difícile que ezta mañana me he dejaó el cerebro pegaó en la almohada.
- Qué va. Son de lo más fáciles. Lo de los interrogatorios no se me da bien. Empecemos. ¿Qué sabes de Diego? ¿Dónde vive? ¿Qué le gusta? ¿Está casado? ¿Y cómo es él? ¿A qué dedica el tiempo libre?
- Para el carro que no há enganshaó lo bueye. Musha tranquilidá. Que parece de ezo der C.S.I. Demaziada pregunta zon éza -contestó Manolo mientras se le ponía la cara más roja que los claveles de su madre y pensaba "caguentó lo que ze menea. La niña za enshoshao der Increíble Júl de pacotilla. Er pisha va a tené arroz con voce en cuantito lo vea. Con el hambre que le tengo y encima me quiere levantá a la shavala. Ze le van a ir la gana de bebé pa toa zu jodía vida".
Respiró como si le hubieran dicho que había que pagar el aire y continuó.
- Verá tú Mariza, zabé lo que ze dice zabé, no zé cazi ná. Comprende que er mushasho lleva dó día ná má en la obra. Ademá é mu rezervadízimo. Zolamente abre la boca pa pedí o pa llenarla de aire. ¿Haz tenío algún problema con la criatura? ¿Te ha moleztaó? -preguntó con cara de todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario-.
- Ya me gustaría que me molestara -se le escapó a Marisa mientras Manolo cambiaba del rojo clavel al rojo rabia contenida-. No sé lo que digo. El caso es que parece agradable...es guapo...Mejor me dejo de rodeos contigo. No te voy a mentir. Lo ví y me entró un quéseyoquenolosé que sólo tenía ojos para él. Me da que es mi príncipe azul. Y como tú estás todo el día a su lado, pensé que me podrías ayudar.
"¿Tu príncipe azú? Er shavá no tiene la curpa de zé guapo y comerze má porquería que lo niño dezpué de cobrá la propina, pero a ézte le digo en meno que canta er gallo que aquí zólo hay princeza pa uno y que o me hace er favó de irze con er caballo blanco a otro prado o en vé de azú va a eztá negro de la de putá que le voy a hacé" -todo esto pasó por la cabeza del pobre Manolo a tres veces la velocidad de la luz-.
- ¿Te pasa algo Manolo? Te has puesto muy rojo de repente.
- Ná, debe zé la caló. Bebo un par de buchito de agua y ze me paza -dijo Manolo cogiendo el vaso y rezándole a la Macarena para que mientras tanto se le ocurriera algo gracioso para disimular-. ¿Me va a dá piztola y placa o mejó voy de incógnito?
- ¡Tienes unas cosas! dijo Marisa riéndose-. Tampoco quiero su partida de nacimiento. Sólo que le preguntes y de paso le hables de mí, disimuladamente.
- No he hesho nunca de Colombo pero lo intentaré. Aunque zin la gabardina y er puro no eztoy zeguro de intimidá lo zuficiente -dijo Manolo camino de la ventana-.
- ¡Gracias! Eres un sol -dijo Marisa dando saltitos como una rana empachada y plantándole un enorme beso en la mejilla.
Manolo tuvo la sensación de estar volando y le entraron ganas de darle un morreo en plan duro de película, pero se acordó de que lo que se lleva ahora son los euros. "No te columpie shaval que a la princeza zólo ze la beza ar finá de la peli y con permizo de zu pare. Deja la vena blanda pa otro momento y prepárate pa cantale un laneo en condicione a Mister Proper y ponelo firme, o en vé de zalirte ala te puén empezá a zalí protuberancia en la cabeza".
- Volveremo a verno -dijo forzando la voz en un intento de parecer un poli serio, y poniendo el pie en el archiconocido andamio-. "Vaya zi no veremo. No te pué ni imaginá tó lo que no vamo a vé durante er rezto de nueztra vida"
Aún no eran las ocho de la mañana cuando Manolo vio aparecer a Diego. Llevaba desde la siete y media esperando, medio agazapado "por zi acazo ze le ocurre ar nota ir a dezpertá a mi princeza".
- Ven pacá pisha, que te voy a dá er planing der día -dijo mientras pensaba "de lo que tengo gana é de engansharte der pezcuezo y mandarte a buscá shampiñone en er Tibe, pero como era má grande que er rabo der Nacho Vidá me voy a contené".
- Buenos días Manolo. ¿Has dormido mal? Tienes mala cara.
- No preocuparze por mí que eztoy en plena forma. La coza é como zigue. Te me queda en la primera planta y no te menea de ahí ni pa rezpirá. Corre musha priza hacé eze trabajo. ¿Arguna preguntita ante de empezá?
- Sí. ¿Y cuando tenga sed qué hago?
- Pué me aviza a mí y te traigo er agua. O te baja ar bá de enfrente. Ni ze te ocurra zubir a caza de Mariza que ha pillaó una gripe mu gorda y eztá en la cama con musha fiebre.
- Pobre. Habrá sido por lo de la muela. Estará baja de defensas. Le puedo recomendar unas hierbas que tomo yo.
"Te va a meté la yerba por donde la ezparda pierde zu cazto nombre, Suazenague de haba" pensó Manolo mientras decía:
- Ya hablaremo de ezo. De momento la mushasha no tiene fuerza pa vé a nadie. Tengamo er jueve en pá. Hala, a currá, que noz va a cantá er lucano.

Marisa se extrañó de que esa mañana Manolo no la hubiera visitado. Estuvo apurando el tiempo antes de marcharse de casa. No apareció. "Habrá empezado con su papel de investigador privado. A ver si pronto me cuenta algo que estoy más nerviosa que Noé cuando Dios le avisó del diluvio" pensó mientras salía del portal.
En el mismo momento en que ella salía, por una de esas bautizadas como casualidades de la vida, a Diego se le resbaló el mazo de la mano, y al agacharse a recogerlo, sus ojos divisaron a la terriblemente enfermita vecina del cuarto. "A lo mejor la pobre va a la farmacia. Aunque, o la fiebre le hace estar más guapa, o esta niña está más sana que la dentadura de un caballo". En estas divagaciones andaba cuando vio que Marisa corría hacia la parada del autobús sin ningún síntoma aparente de su comatoso estado. "Ese mamonazo me ha engañado. ¿Por qué? ¿Qué pasa aquí? Espera, espera...Hijo, pareces tonto. Manolo te la ha clavado doblada. Conoces a la chorba, y ahora él aparece y te mete una trola más grande que los cuernos de un reno. Blanco y en botella...¡La madre que lo parió!A la chatina le has hecho tilín y Manolito te quiere hacer tolón, porque contigo aquí tiene el futuro más negro que una noche sin luna. Se va a enterar este espabilado. Marisa está por mis huesos, y la chica es un bombón, no me costará ningún trabajo ligármela y hacerle un poco de pupa al tontainas de encargado que tengo. ¡Esto es la guerra! Y no habrá prisioneros".

El pobre Diego pasó toda la mañana del viernes esperando que la táctica de la primera batalla se dibujase en su mente con plano de situación incluído, pero por más que lo intentaba, lo único que veía era el careto de Manolo con una sonrisa de oreja a oreja. "A ver si me he apretado demasiado el casco y le falta espacio al cerebro para respirar" pensó, convencido de que tampoco acompañaba mucho el que Manolo llevara toda la mañana paseándose a su lado como si fuera el carcelero en jefe de Alcatraz. "Chaval, céntrate que así no vamos bien" volvió a pensar cuando en la última visita de Manolo, en su mente se dibujó con todo lujo de detalles la agradable visión de él mismo convertido en héroe y dándole más leña a Manolo que la que había visto en su vida el leñador de Blancanieves. "El que hayas visto trescientas ochenta y cuatro veces todas las películas de Stallone, aquí no te sirve. Tienes que pensar en algo más retorcido pero sútil...Para pensar estoy con la que está cayendo. Cómo pica el sol. ¡Manolito se tenía que llamar! Ca-su-al-men-te. Chico, déjate de pensar que hace mucho calor. Cuando termines de currar te presentas en casa de la churri y ya se te ocurrirá algo, si es que no se desmaya en cuanto te vea y te facilita la faena".
Se le hizo muy largo aquel viernes, y eso que no era trece, imaginando las mil y una maneras en que Marisa iba a llegar al desmayo y él le evitaría la caída con sus brazos tipo pinza. Incluso una de las veces se despistó y la pobre se le cayó al suelo, lo que hizo que Diego se diera de cabezazos contra la dura pared de aquella primera planta donde estaba castigado, lamentándose por aquel imperdonable error.
Pero por suerte todo llega, y también llegó la hora de dejar aquel andamio y de preparar sus brazos para la gran misión que tenían que cumplir.
"Ahora que no está el carcelero por aquí me doy el piro más rápido que el correcaminos".

Mientras Diego pasaba las de Caín con sus elucubraciones, Manolo en uno de sus alardes de telepatía cósmica, vio regresar a Marisa y subió el andamio más deprisa que Spiderman con cagalera.
Esperó detrás de la ventana hasta que oyó que había llegado, no fuera que con alguno de los sustos que le daba se le quedase la princesita en el sitio, y la llamó con la delicadeza propia del andamio, es decir, a pleno pulmón:
- Mariza, ¿ze pué pazá? -dijo mientras pensaba "no zé pa qué pregunto zi voy a entrá igua. Zerá por educación".
- ¡Ay Manolo, pensaba que me habías abandonado! ¿Por qué no has venido esta mañana? Vaya día me has hecho pasar. Parecía que tenía el baile de San Vito. ¿Sabes por qué se llama así?
- Ojú, me da que no. ¿Por qué, por qué? -dijo Manolo mientras pensaba "como no me dé priza en mi plane, la princezita va a ir de blanco a la boda pero con lo brazo abroshaó por detrá".
- Porque al pobre San Vito para torturarlo con una de esas barbaridades del santoral, lo metieron en aceite hirviendo y dicen que saltaba como una patata friéndose. Jajaja. Que digo yo que quizá lo hicieron santo por eso -dijo Marisa mientras pensaba "hija, buen principio para una conversación con tu detective. Como sigas así la única dirección que te dará será la del manicomio. Tranquilízate y ve al grano".
- La verdá é que no le encuentro la gracia ahora mizmo, zerá er canzancio -dijo Manolo mientras pensaba "a vé zi me he equivocaó de princeza y ezta é de la que dá má patá que un niño con rabieta".
- No me hagas caso, Manolo...Bueno, ¿qué noticias me traes de Diego? -dijo sonriendo de oreja a oreja mientras pensaba "muy bien Marisa, así, directa a la yugular. Ya te vas serenando".
- Pué verá. Er cazo é que no puedo contarte ná. Al pobre mushasho ze le ha muerto un tío y ze ha tenío que marchá ar poco de vení -dijo Manolo mientras pensaba "chavá, ere un hasha mintiendo. A ti te ponen er polígrafo eze y lo deja K.O. pa toa la vida".
A Marisa, mientras hablaba Manolo, se le congeló la sonrisa en la cara transformándose en una mueca de pena.
- Vaya, pobre chico -dijo mientras pensaba "a ti la suerte no te acompaña como al calvo de la lotería precisamente".
- Una pena zí -dijo Manolo mientras pensaba "me eztoy emocionando hazta yo. A vé qué háce pa quitale la pena a la mushasha".
En aquel momento sonó el timbre de la puerta.
- ¿Quién será? -se preguntó Marisa mientras se dirigía a comprobarlo.

Diego decidió usar el transporte favorito de los humanos para subir de un piso a otro. Salió del ascensor en el piso de Marisa, pero a pesar de haber pasado todo el día piensa que te pensarás, no cayó en la cuenta de que no sabía cuál era la letra donde vivía la desmayadora oficial. Así es que se plantó en medio del rellano calibrando posibilidades, hasta que decidió que había de ser una de aquellas dos puertas situadas enfrente.
"Cincuenta por ciento de posibilidades, chaval. Piénsatelo bien, como si estuvieras en uno de esos concursos de la tele".
Dudó durante varios minutos si pulsar el timbre de la izquierda o el de la derecha. Al final se decidió por el de la derecha, convencido de su triunfo y esperó a que la puerta se abriera.
Cuando lo hizo y vio que aquella anciana con cara de ogro no tenía pinta de ser la abuelita de su Caperucita, dio un respingo hacia detrás mientras tartamudeaba "perdón, me he confundido de puerta. Disculpe usted".
Repuesto del susto y mientras se decía a sí mismo que tentar a la suerte no era lo suyo, pulsó el timbre de la izquierda y cuando se abrió la puerta, esta vez sí, allí estaba Marisa boquiabierta.
"Parece que tu destino es verle la campanilla, pero no tiene pinta de desmayarse. Al menos de momento. Una pena. Todo el día en plan lama intentando visionar el futuro y te has equivocado de capítulo" -pensó Diego mientras decía- Buenas tardes Marisa, he pensado subir a ver cómo estabas antes de irme.
- ¡Qué casualidad! Ahora mismo estábamos hablando de ti.
- ¿Estábamos? pensó Diego. Y entonces lo vio. Allí de pie, junto a la ventana, estaba Manolo tan ricamente.
- Siento mucho lo de tu tío -dijo Marisa mientras pensaba "invéntate algo rapidito para darle puerta a Manolo o se te chafa el plan".
- ¿Qué tío?
"Pobre, está tan afectado por el duro golpe que lo quiere olvidar" pensó Marisa mientras decía:
- El que ha muerto.
En ese mismo instante Diego vio pasar una idea por su mente cual rayo fulminante y pensó "otra invención de Manolo. Aquí el único que va a morir es él y no será una muerte rápida. Pero tú disimula. En la guerra hay que ocultar los sentimientos". Dijo, sí, una pena. Ha sido algo muy repentino. Demasiado. Todavía no lo he asimilado.
- Pero pasa, pasa, no te quedes ahí en la puerta. ¿Quieres tomar algo? -preguntó Marisa.
- No, gracias. Hola Manolo. ¿Y tú qué tal te encuentras, Marisa? Te veo muy guapa. Manolo me dijo que estabas enferma y me preocupé -dijo Diego pensando "toma golpe de efecto Manolito. A ver cómo sales de ésta".
Manolo se fue encogiendo apenas sin darse cuenta, pero se relajó un poco cuando escuchó decir a Marisa:
- Estoy un poco mejor, muchas gracias por tu interés. Esta mañana me levanté con fiebre, pero ha ido bajando a lo largo del día. "Tengo que felicitar a Manolo. ¡Mira que inventarse que estoy enferma para que Diego se preocupe por mí! Qué calladito se lo tenía".
- Me alegro. Te diré lo que tomo yo por si quieres probarlo -dijo mientras pensaba "¿por qué mentirá? ¿será para darme pena o aquí hay algo que no llego a ver?"
- Claro, ahora mismo me lo dices. Pero primero voy a despedir a Manolo. Se estaba marchando cuando tú has llegado. ¿Verdad, Manolo?
Manolo sintió una punzada en el corazón que se cuidó muy mucho de exteriorizar mientras pensaba "Achó o ezpabila o er muzculito ze queda con la princeza. De momento te ha ganaó er primer raun y ze queda con ella mientra tú tiene que dezaparecé como er Coperfíl eze. Pero ezto no quedará azí. Ze vaya preparando pa lo peó". Se armó de valor y dijo:
- Zí, zólo vine a vé cómo te encontraba pero ya me tengo que í. Me eztán ezperando.
- Una pena, Manolo. Tenía que preguntarte unas cosas, pero creo que podrán esperar -dijo Diego mientras pensaba "a ti ni te espera nadie, ni tienes ganas de irte, pero resulta que la guapa quiere quedarse conmigo para que le cuente cómo estar más guapa aún. Conque tú te vas más escocido que la entrepierna de Michael Jackson. Diego 1-Manolo 0. Y esto no quedará así".
- Eso, no lo entretengas. Se las preguntas otro día -dijo Marisa mientras empujaba a Manolo hacia la ventana-. Gracias por preocuparte por mí.
A Manolo no le quedó más remedio que salir por dicha ventana, aunque a punto estuvo de agarrarse al marco e inventar un lumbago repentino que le impedía moverse. No lo hizo, y tuvo que dejar a su princesa en manos del malo mientras pensaba cómo rescatarla.

Mientras Manolo bajaba por el andamio soltando más maldiciones que la gitana del romero cabreada, Diego se lanzó y le preguntó a Marisa:
- ¿Quieres que te diga lo que tomo para los resfriados?
- Por supuesto. Seguro que es efectivo. "Lo que tienes que hacer es comprobar si tu lengua y la mía se acoplan a la perfección y dejarte de remedios caseros, que pareces la abuela de la botica".
Allí ya Diego se lanzó del todo pensando en darle una clase de medicina que hiciera que lo único del mundo que deseara Marisa fuera uno de sus famosos e incomparables besos:
- Coges un par de cebollas, las partes por la mitad y las pones a hervir en abundante agua...
En el instante en que Marisa se estaba mentalizando a escribir un libro con las recetas de Diego para mejorar sus inexistente enfermedad, volvió a sonar el timbre.
Diego interrumpió su discurso, no sin cierto cabreo, para lucirse pronunciando una frase imaginativa donde las haya:
- ¿Esperas a alguien?
- No -contestó Marisa mientras se dirigía a la puerta pensando "con la de cosas que no funcionan en esta casa y mira por dónde el timbre lo hace a la perfección".
Acercó el ojo a la mirilla y cuál fue su sorpresa al ver plantada delante de su puerta a su despampanante y guapa vecina, de la cual era amiga, pero a la que decidió no abrir porque en cuestión de hombres no hay amigas que valgan.
- ¿Quién es?.
- No voy a abrir. Creo que son los Testigos de Jehová. No hagas ruido y se irán.
En ese momento el timbre volvió a sonar. Al parecer la vecina no tenía intención de conformarse con que aquella puerta no se abriera. Marisa comprendió que no tenía más remedio que abrir, con lo cual cuanto antes mejor.
A Diego se le cambió la cara cuando vio aparecer delante de él a una morenaza con una minifalda que quitaba el sentido y unos ojos de gata que le hacían desear que alguna de sus siete vidas estuviera disponible para él. "Coño con los Testigos de Jehová. El día del Juicio Final la reventa va a estar por las nubes, y nunca mejor dicho, sólo por verla a ella.

La vecinita tampoco le hizo ascos a Diego, y a Marisa, lamentando su mala suerte, no le quedó más remedio que hacer las presentaciones:
- Adela, éste es Diego. Trabaja aquí. Es decir, en la obra, no aquí en mi casa. "En mi morada a este paso no va a trabajar nada ni pidiéndoselo a los Reyes Magos".
- Encantada, Diego -dijo Adela mientras le daba dos besos bastante más próximos a la boca que a la oreja.
- Igualmente Adela. "Fiuuuu con la vecinita. Si no fuera por el encontronazo con la abuelita de al lado pensaría que esto es la casa del Playboy. Ahora no sé si darle celos a Manolo con Marisa, a Marisa con Adela, a Adela con Marisa, porque Adelita no me mira nada mal, no, o darme celos yo mismo, pasar de todo y ligarme a las dos. Que estrés ocasiona esto de ser guapo. Después dirán que es fácil. Tengo que controlarme o me saldrán arrugas".
- No molesto, ¿verdad? -dijo Adela sentándose tan ricamente en el sillón y pensando que de allí no la movía ni una carga policial. "Qué oportunamente he venido a pedirle la Epilady a Marisa. Como me ligue a este cañón le prometo a San Antonio no volver a depilarme hasta correr el peligro de ser confundida con un oso".
- Para nada. Diego me estaba dando un remedio para el resfriado. Es muy amable. "La morena me quiere levantar a mi príncipe antes de haberlo catado siquiera. Desde luego guapa es, pero el don de la oportunidad se les olvidó dárselo en el reparto. Tendré que ampliar la mirilla y tener a ésta bien controlada. Qué estresante es esto de enamorarse".
- ¿Pero estás resfriada? Si ayer estabas estupendamente.
Marisa pensó que ya que no llevaba idea de marcharse, al menos podía haber tenido el detalle de morderse la lengua y no decir nada referente a su inmejorable salud, pero sujetándose las manos para no estrangularla allí mismo, sonrió y dijo:
- Ha sido muy repentino. Anoche me empecé a sentir mal y esta mañana estaba fatal. Pero ya estoy mucho mejor, dónde va a parar.
- Me alegro, Marisa-. Y como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra, se volvió hacia Diego con una de sus miradas de "prepárate que ahí voy" y le dijo:
- Te invito a cenar. Seguro que tienes hambre y así no molestamos a la pobre Marisa que tendrá ganas de descansar.

La "pobre Marisa" de lo único que tenía ganas era de asesinar a Adela con sus propias manos. Pero no lo demostró mientras ambos salían por su puerta y la dejaban sola sin siquiera la receta milagrosa para su inexistente resfriado, del cual se estaba empezando a cansar. "Tendré que pedirle responsabilidades a Manolo. Desde luego vaya ideas que tiene".














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