lunes, 22 de julio de 2013

El pájaro burlón - Walter Tevis


Recuerdo que el último año de la ancestral EGB lo pasé releyendo libros porque ya me había leído todos los que había en la biblioteca del colegio. Devoraba letras. Leía hasta los listines telefónicos, y no es una manera de hablar. Rarita que es una. El caso es que a saber por qué, antes de conocer Fahrenheit 451, cayó en mis manos este libro, ahora bastante amarillento el pobre. Debió ser una época muy voladora porque poco después llegó Birdy. Al final va a resultar que tengo buena memoria...

Estamos en el siglo XXI (oh, qué vieja seré entonces), en Estados Unidos. La civilización supertécnica está decayendo (me suena...). La Universidad la dirige un robot llamado Spofforth. Paul es un profesor que sabe leer, aunque en esta época está prohibido (camino llevamos). El robot le encarga unos trabajos sobre el cine mudo y Paul comienza a descubrir un mundo distinto. En sus paseos por el zoo, el profesor encuentra a Mary Lou, que vive allí de forma ilegal. Se enamoran (para eso es un libro y cada uno escribe lo que quiere). El robot los descubre; es delictivo tanto enseñar a leer como convivir con una mujer. Paul es encarcelado, pero consigue escapar de la prisión (para eso es el prota)...

Ya os he hecho un resumen tipo Lost en cuatro minutos. Nos falta muy poquito para que los libros de Ciencia Ficción pasen a ser libros de Historia. Amén.



20 de enero de 2013

Ensayo sobre la ceguera - José Saramago


Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara
LIBRO DE LOS CONSEJOS

...La consciencia moral, a la que tantos insensatos han ofendido y de la que muchos más han renegado, es cosa que existe y existió siempre, no ha sido un invento de los filósofos del Cuaternario, cuando el alma apenas era un proyecto confuso. Con la marcha de los tiempos, más las actividades derivadas de la convivencia y los intercambios genéticos, acabamos metiendo la consciencia en el color de la sangre y en la sal de las lágrimas, y, como si tanto aún fuera poco, hicimos de los ojos una especie de espejos vueltos hacia dentro, con el resultado, muchas veces, de que acababan mostrando sin reserva lo que estábamos tratando de negar con la boca. A esto, que es general, se añade la circunstancia particular de que, en espíritus simples, el remordimiento causado por el mal cometido se confunde frecuentemente con miedos ancestrales de todo tipo, de lo que resulta que el castigo del prevaricador acaba siendo, sin palo ni piedra, dos veces el merecido. No será posible, pues, en este caso, deslindar qué parte de los miedos y qué parte de la consciencia abatida empezaron a conturbar al ladrón en cuanto puso el coche en marcha. Sin duda, no podrá resultar tranquilizador ir sentado en el lugar de alguien que sostenía con las manos este mismo volante en el momento en que se quedó ciego, que miró a través de este parabrisas en el momento en que, de repente, sus ojos dejaron de ver, no es preciso de estar dotado de mucha imaginación para que tales pensamientos despierten la inmunda y rastrera bestia del pavor, ahí está, alzando ya la cabeza. Pero era también el remordimiento, expresión agravada de una consciencia, como antes dijimos, o, si queremos describirlo en términos sugestivos, una consciencia con dientes para morder, quien ponía ante él la imagen desamparada del ciego cerrando la puerta. No es necesario, no es necesario, había dicho el pobre hombre, y desde aquel momento en adelante no podría dar un paso sin ayuda...



7 de enero de 2013