martes, 14 de agosto de 2012

Amor de seda y tafetán



Para Natalia Baras que bajo amenaza de terribles sufrimientos me obliga a escribir cosas de lo más extraño y a la que por alguna oscura razón, en el fondo quiero.


Erase una vez que se era dos almohadas que se amaban en silencio. Sí, en silencio, porque las almohadas no tienen voz por mucho que nos empeñemos en consultarles y esperar que contesten. Es como pretender tocar el aire. 
Sin embargo pueden amarse; si existe la guerra entre ellas cómo no va a existir el amor, ese sentimiento voluble capaz de mover el mundo, aunque en esta ocasión sea tan sólo un mundo de plumas fácil de desplazar.
Linda era pequeña y coqueta, le gustaba estar bien planchada y oler a azahar. Había nacido en el sur y se notaba su carácter hasta en la última de sus plumas.
Fergal era un auténtico almohadón del norte. Grande y duro como los acantilados de la tierra de donde procedía. No le gustaba llamar la atención, aunque debido a su tamaño le resultaba difícil pasar desapercibido. A veces llegaba a resultar incómodo.
Linda descansaba rodeada de su corte de admiradores la tarde en que él apareció. Ni siquiera la miró, se le veía tan altivo y seguro de sí mismo con ese aire de superioridad que otorga pertenecer a una buena familia, que su corazón de almohada alocada lo detestó nada más verlo. Las almohadas, aunque no lo creamos, también miran con ojos equivocados y Linda, acostumbrada como estaba a que se enamorasen de ella al primer vistazo, se sintió herida ante semejante desprecio.
Cuando sus frunces se relajaron se dio cuenta de que algo en él la había atraído sobremanera. Quizá su indiferencia, o esas marcadas arrugas síntoma de sufrimiento y que lo hacían parecer mayor de lo que seguramente era. No sabía con certeza cual era el motivo pero sintió en sus plumas ese casi olvidado cosquilleo que no pensó volver a sentir jamás. Pero no, se dijo, ya había caído una vez en las garras de un almohadón de tres al cuarto que la engatusó con delicadas maneras y suaves caricias, anticipo de una eternidad de noches pasión entre sábanas de seda que se convirtieron en pesadilla cuando la dejó por una almohada de curvas provocadoras, recién llegada de tierras lejanas. Aquello casi acabó con ella. Necesitó un cambio de funda urgente y muchos planchados para volver a lucir como antes. Prometió no dejarse engañar nunca más. A pesar de eso, no podía evitar mirarlo. ¡Parecía tan solo!. Incluso se lo veía más encogido que antes. Pero quizá eso era lo que quería. Los consideraba inferiores y no quería roces con ellos.