Para Mary, que aún después de muchos años, piensa que soy un espíritu libre e íntegro y cree que lo que busco no existe. Dudo que tenga tiempo suficiente para demostrárselo pero sabe que moriré en el intento. Y que la quiero tal y como es.
Los espíritus libres no tenemos lugar
en el cielo de los animales de costumbres
ni en el infierno de las costumbres animales.
Estamos condenados al limbo de los apátridas;
al desprecio de unos y a la envidia de otros,
a la lástima de los que temen lo desconocido
y al miedo de los que conocen lo que temen.
A la penumbra de lo que brilla
y al brillo de lo que se apaga,
al desconcierto de los que miran sin ver
y a la lágrima de los que ven sin mirar.
No hay lugar para lo que se teme
ni temor para lo que no tiene lugar.
La sentencia es firme en el juicio de la vida.
Y el limbo no está tan mal
cuando te acostumbras a no tener costumbres,
cuando desconoces que hay que temer al miedo,
cuando lloras el brillo de lo que el resto no se atreve a ver
y te desconcierta que lo que se apaga no esté sentenciado.
El limbo no es tan mal camino
cuando aprendes que el pecado y la virtud
son el peaje obligado de autopistas
que no llevan a ninguna parte
pues de ninguna parte vienen.
El limbo no es tan sombrío
cuando descubres que en el albo edén
las risas son obligadas
y en las tinieblas infernales
se lamentan por devoción.
El limbo no es tan mal lugar
para los espíritus libres que soñamos
que el ansiado horizonte
es la línea infinitamente perfecta
que separa y une ambos mundos.
A.B.B. 28 de febrero de 2012