lunes, 1 de abril de 2013

¿Quién dijo que la vida fuera fácil?


A veces tener la humildad suficiente para aceptar que el mundo no es como lo soñábamos, no es fácil. Tener la valentía de decir lo que se siente o no, no es fácil. Saber que lo que dices te aleja de lo que deseas, no es fácil. Pero yo no sé ser de otra manera. No sé sentir a medias. Bastante en mi vida callé, me engañé y me dejé llevar. Ya no más. Renuncio de ese mundo ruin y de mentira.
Mis sentimientos me desbordan, viven por encima de mis posibilidades, y no entienden nada de lógicas, razones, honores o deberes. Quieren sentir y sentir porque se saben la válvula que bombea mi alma. La seguridad que les concede saberse los amos y señores, les hace creer que están a salvo de todo, que nada les puede pasar. Se vuelven despreocupados y pasean su felicidad por el mundo, descuidando protegerse de los rayos del sol porque piensan que su melanina todo lo resiste. Y cuando menos se lo esperan, sus caras están quemadas, sus labios resecos y su piel plagada de ampollas. Entonces vuelven a mí, que los protejo encerrándolos en el cuarto oscuro, por su bien. Se dejan hacer pues están demasiado cansados para protestar. Pero tengo el convencimiento de que en cuanto me despiste volverán a las andadas, pues al fin y al cabo "si nada nos libra de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida".
Y Neruda y yo siempre seguiremos juntos, aunque nos repitamos en nuestras conversaciones. No nos importa. Tan sólo nos queremos y siempre pasearemos nuestro amor a la orilla del mar.

No es inútil amarse,
finalmente.
Lo mismo que amaestrar serpientes, nos exige
técnica refinada y perder la vergüenza
de actuar frente al mundo en taparrabos.
Y unos nervios de acero.
Pero amar es oficio
saludable también: su liturgia apacigua 
el ocio que enajena -como supo Catulo-
y perdió a las ciudades más felices.
Bajo la cuerda floja dispone -no pidáis
una red, porque tal no es posible- otra cuerda,
tan floja, pero última
tan inútil a veces,
bajo la cual no hay nada.
Y entreabre
ventanas que te oreen la cólera y exhiban
a tu noche otras noches diferentes, y así
sólo el amor nos salva a fin de cuentas
del peligro peor que se conoce:
ser sólo -y nada más- nosotros mismos.
Por eso, 
ahora que ya está todo dicho y tengo
un sitio en el país de la blasfemia,
ahora que este dolor de hacer palabra
con el propio dolor
traspasa los umbrales
del miedo,
necesito de tu amor como analgésico;
que vengas con tus besos de morfina a sedarme,
y rodees mi talle con tus brazos
haciendo un salvavidas, para impedir que me hunda
la plomada letal de la tristeza;
que me pongas vestidos de esperanza -ya casi
no recordaba una palabra así-,
aunque me queden grandes como a un niño
la camisa más grande de su padre;
que administres mi olvido y el don de la inconsciencia;
que me albergues de mí -mi enemigo peor
y más tenaz-, que me hagas un socaire,
aunque sea mentira
-porque todos en mentira
y la tuya es piadosa-;
que me tapes los ojos
y digas ya pasó, ya pasó, ya pasó
-aunque nada se pase, porque nada se pasa-,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó.
Y si nada nos libra de la muerte,
al menos que el amor nos salve de la vida.




Hace poco tiempo descubrí que este poema no es de Neruda. Lo siento por Javier Velaza (su autor), pero en mi corazón sigue siendo de él y me temo que será para siempre a pesar de conocer la verdad.





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