¿Por qué en vez de pensar que la vida nos cambia no pensamos que nosotros cambiamos la vida? Es mucho más fácil echarle la culpa a la vida de lo que nos sucede o refugiarnos en un "y si" cuando lo que hemos vivido nos duele, nos atormenta o no sabemos su razón de ser, que reconocer que nos hemos equivocado, o que tal vez nos equivoquemos pensando que nos hemos equivocado. Nada cambia si uno no está dispuesto a ver los cambios ni teniéndolos delante de las narices. Nosotros somos quienes decidimos, no la vida. Ella solo decide quién se queda y quién se va y muchas veces ni siquiera es cuestión de arriesgar demasiado o no arriesgar en absoluto. Hay quien no arriesga nada y muere y quien lo arriesga todo día tras día y vive tantos años que no recuerda ni cuándo nació. Pero no arriesgar también es morir, aunque sea de aburrimiento.
Cada una de nuestras acciones y reacciones son las que hacen que todo o nada cambie, para bien bien, para mal mal, para bien cuando pensamos que es para mal o para mal cuando pensamos que es para bien.
La vida no tiene pies ni manos. Tan solo está. Si no la movemos no se mueve. Y nos mira hacer porque nos necesita. ¿Cómo se movería si nosotros no estuviéramos ahí? No tendría más remedio que quedarse quieta, sollozando, suplicando, esperando a que alguien decidido se la echara a la espalda y la cambiara de sitio.
La vida es como un bebé en nuestros brazos. Frágil y delicada. Depende de nosotros. Es nuestra misión educarla y conseguir que crezca sana y fuerte, bonita y digna de admirar, debemos luchar por que nos ame, que se sienta orgullosa de nosotros y desee quedarse a nuestro lado. Porque si no nos hacemos merecedores de su amor y nos abandona, puede que todo cambie porque nada haya cambiado.
2 de julio de 2013