martes, 8 de enero de 2013

El día de las flores

Cuando del cielo cayeron las primeras flores no supieron qué hacer con ellas. Como siempre que sucede algo fuera de lo común, e incluso cuando no, grupos de gente se empezaron a arremolinar alrededor. Hay que llevarlas a un laboratorio y analizarlas a conciencia -dijeron unos-. ¡No! Que a nadie se le ocurra tocarlas. No sabemos de dónde proceden y pueden estar contaminadas -dijeron otros-. Un iluminado se aventuró a decir que bien podían ser flores espías enviadas por el enemigo a saber con qué misión secreta. Un tipo con cara de hombre del tiempo espetó como si sus palabras hubieran sido arrastradas por un viento repentino -No hay ni una sola nube de la que hayan podido llover-. El gentío seguía aumentando y llegaron los primeros incidentes. Oiga usted, no empuje, que yo estaba primero. Pero es que desde aquí no puedo ver. ¡Pues haber llegado antes!. Desde el final del grupo llegaba una voz -¿Qué ha pasado? ¿Hay algún muerto?- No hombre, algo mucho más raro aunque más aburrido. Han caído flores del cielo, así, tal cual, y ahí están todas esparcidas por el suelo. Docenas, qué digo docenas, cientos, miles quizá. ¿Pero alguien las ha visto caer? Ah, no sé. Cuando he llegado ya estaban tal y como están ahora. La culpa es de este perro tocapelotas que tarda un siglo en cagar. Es lo que tienen los perros, van a su aire y no entienden que en cualquier momento pueden llover flores -contestó el primero solidarizándose con el atribulado dueño de aquel perro nada comprensivo-.