jueves, 28 de febrero de 2013

La muerte de la vida

Le di unas vueltas de más a la vida
y se me pasó de rosca.
Y ahora no sé qué hacer
con lo que me falta
ni con lo que me sobra.

Imposible desmontarla
para ver cómo es por dentro.
No hay abertura ninguna,
todo es oscuro y hermético.
No hay lugar por donde hacerlo.

Deseé lanzarla contra el suelo,
para descubrir su misterio.
Pero imaginarla destripada
además de muerta,
me produjo inmenso duelo.

No hay solución.
No hay remedio.
Ya no puede respirar.
Se rompió.
Ha muerto.

La gente la mirará.
Qué lástima, se dirán.
Qué lástima haberla perdido
tan viva como ella estaba.
Y preguntarán de qué ha sido.

Y sólo podré contestar
con mirada ciega y vacía:
me dejé llevar por un dulce soñar
y cuando volví en mí, 
estaba callada y fría.

Aún siento caliente en mi mano
su cuerpo tibio y amado
más su corazón no respira.
Su alma lo abandonó
con la primera luz del día.

Nadie me dirá dónde enterrarla
pues no hay cementerios
para vidas rotas y desvalidas.
No quiero que vague sola.
Yo le haré compañía.

La enterraré bajo un árbol
que a su belleza dé sombra,
cerca, muy cerca del mar
que la arrope con sus olas.
Y yo le haré compañía.

Me tumbaré entre sus flores
y le diré que la amé
a pesar de haberla matado.
Ella tampoco fue
lo que yo había esperado.

No hay solución.
No hay remedio.
Ya no puede respirar.
Se rompió.
Ha muerto.

                                            A.B.B.  27 de febrero de 2013













1 comentario:

  1. Un abuelete me dice siempre, "para morir solo hay que estar vivo"...
    Achuchones, preciosa...

    ResponderEliminar