Vendrán días en que el peso que hoy te abruma se hará liviano. Vendrán días en que ese peso ya no será carga sino bagaje. Vendrán días, han de venir. Porque un alma que alberga sentimientos viles no brilla
y un alma sin brillo es un tiempo marchito para quien lo soporta
-Manolo García-
Crujen los huesos del alma cada vez que el recelo rezuma pus de la herida que nunca amanece. Crujen como hojas de papel secas, como dedos que chasquean, crujen como mis ojos cuando se cierran sin mirarte. Crujen los sentimientos como galletas recién salidas del horno destinadas a ser devoradas por la gula de quien no tiene hambre. Cruje la vida bajo nuestras preguntas, cruje para hacerse notar, cruje para quejarse con un hilo de voz en el estrado de nuestra indiferencia. Crujen las penas y piden un masajista diplomado, crujen cuando nos tapamos el corazón para no escuchar más allá. Crujen esas súplicas tullidas que se mueven en silla de ruedas por las orillas invisibles de los deseos asesinados. Crujen los preciados sueños guardados en urnas de cristal para poder disfrutar de su belleza sin que la pasión los dañe. Un mundo insaciable cruje dentro de mí pero no le tengo miedo porque tengo la extraña sensación de que crujir es vivir. A.B.B. 30 de marzo de 2014
Suerte. Cara o cruz. Cara te busco. Cruz me encuentras. Suerte. Lanzas la moneda al aire tibio de lo que está por llegar. Suerte. La corriente del destino la arrastra hacia los cationes que fluían sin rumbo por mi ser. Suerte. El espacio y el tiempo de los deseos no concedidos se desintegran en nuestras manos. Suerte. No importa de qué lado hemos caído ni de cuál nos levantamos si lo hacemos juntos. Suerte. Llegaste. Llegué. Llegamos. Estás. Estoy. Estamos. Eres. Soy. Somos. Suerte.
Paseo por el mundo mi desnudez de palabras ensangrentadas y uñas rotas porque un día hace mucho tiempo me dije ven, te vestiré de lo que no eres. Te haré un rutilante disfraz con el que nadie será capaz de reconocer tus ojos de agua ni tu piel con estigmas. Nadie podrá hacerte daño. Sonaba bonito. Me lo quise creer, fui y me embutí en un traje de superhéroe de pacotilla demasiado pequeño para mí. Me convencí de que no importaba si me pinchaba la ternura cuando respiraba fuerte ni que el frío se colara por aquella fina tela hecha de mentiras y me lancé en picado a rescatar brazos mutilados y labios resecos. Aquel disfraz era un éxito. Nadie me conocía. Ni siquiera yo misma. Nadie sentía necesidad de saber quién se escondía debajo, aunque algunas veces, jugaban a adivinarlo. Entre juegos y rescates el traje se fue desgarrando y dejó al descubierto la vulnerabilidad de quien nunca pide aquello que no le van a dar. Dejó al descubierto lo que siempre había intentado ocultar. Y aprendí que no hay peor disfraz que el que uno mismo se fabrica a medida con la esperanza de que ser lo que no es lo proteja de las inclemencias de los sentimientos amargos. No hay disfraz capaz de soportarlo. Por eso paseo por el mundo mi desnudez. Y hace frío ahí fuera, pero prefiero morir congelada a vivir embutida en un traje demasiado pequeño para mí. A.B.B. 2 de marzo de 2014