viernes, 22 de febrero de 2013

La novia de Matisse - Manuel Vicent

Tomando un campari bajo el sol de otoño, Míchel les dijo a sus amigos coleccionistas que el mundo del arte es muy complejo: es también una forma de beber, de encender un cigarrillo o fumar hachís, de entrar en un hotel de cinco estrellas, de saludar a un competidor, de besar en público a una ex amante, de sonreír a un personaje famoso como si le conocieras de toda la vida, de tomar un avión, de coger un cuadro y mirar primero el bastidor antes que la pintura, de comprarlo, de colgarlo en la pared y de contemplarlo. También el arte consiste en la forma de sentarse en el café Flore o en Deux Magots de París o en el modo como te reciben en la galería de Leo Castelli en Nueva York. 
- A los artistas los fabrican los grandes marchantes internacionales  -añadió Míchel-. Ellos son los verdaderos dioses de la creación. Señalan a un desconocido con el dedo y al poco tiempo se convierte en un pintor famoso en el mundo entero.
- ¿Y a los coleccionistas quién los crea? -preguntó Luis Bastos.
- El coleccionismo en una enfermedad más o menos grave -contestó  Míchel Vedrano.
- ¿Te puede llegar a matar? -preguntó Julia.
- No lo sé. Pero existe un principio en psicología: ningún coleccionista se suicida. Siempre espera conseguir el último sello, la última moneda, el último cuadro para completar la colección antes de pegarse un tiro o arrojarse al Sena.
Según la teoría del marchante Vedrano son los buenos cuadros los que educan la sensibilidad del comprador hasta convertirlo también a él en una obra de arte. Un buen coleccionista sigue un camino de perfección. Lentamente va depurando la obra a medida que afina el gusto y llega un momento en que hace síntesis el genio del artista, el alma del comprador y el precio del cuadro, y entonces se llega a una cima exclusiva donde están las grandes piezas y allí incorporas tu nombre y te hacen inmortal.

21 de agosto de 2012



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