jueves, 10 de octubre de 2013

Leyendo la vida


Gracias por ayudarme a sostener las páginas de un libro que a veces pesa demasiado como para poder leerlo con calma y tratar de entenderlo. Es difícil, pero basta con tener la certeza de que mientras esté abierto hay esperanza para desear bucear entre sus páginas una y otra vez. Sentir es vivir. Dolor, pena, tristeza, alegría, ilusión, amor, y un largo etcétera. Lo que sea pero sentir. Emocionarse, palpitar, rugir, rabiar, pelear, y otro largo etcétera. 
Mientras dure el privilegio de poder ir pasando una página tras otra, volver atrás, darle la vuelta al libro, leerlo al revés, releerlo y que nunca sea lo mismo, saber que está ahí para nosotros y por nosotros, tenemos la obligación de sentir la vida. No hay tiempo que perder porque ninguno sabemos de cuánto disponemos. No sabemos si mañana podremos seguir disfrutando de su lectura pero sabemos que estamos enganchados a ella y que cada palabra nos hace latir. 
Afortunadamente esa incertidumbre es la que se ofrece a alquilarnos el equipo que nos haga ser lectores dispuestos a correr el riesgo: unas gafas de visión especial para no desaprovechar ni una sola oportunidad de verlo todo desde las profundidades de los sentimientos, unas alas invisibles que nos empujan a escapar del abismo de la no existencia, un traje térmico que mantiene el corazón caliente ante las inclemencias de lo no deseado, y unas botas mágicas para caminar, caminar y caminar entre sus letras sin despellejarse la piel del alma. De nosotros depende querer disfrutar de su lectura o limitarnos a tenerlo encima de la mesa. El resto depende de si el tiempo juega a quitárnoslo de las manos. Ante la duda, merece la pena saborearlo con paladar ávido de sensaciones desconocidas.
Cuando llegue el final del libro, quiero recordar haber vivido. 

A.B.B. 30 de septiembre de 2013


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